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ContenidosISSN 1666-7050 |
Vamos a dedicar unas palabras a los simbolismos de la serpiente y la luna. En el tema que nos ocupa son simbolismos asociados y/o concurrentes. Por eso es importante que manejemos al menos algunos aspectos de su simbolismo. Por la naturaleza del símbolo, nunca se puede abarcar totalmente la magnitud de su espectro, pero al menos en lo relacionado a nuestro tema, trataremos de hacerlo. A la serpiente podemos acercarnos desde varios planos. Todos sabemos que es el animal que más veces aparece en la mitología y el esoterismo. Sus asociaciones son tan variadas que difícilmente otro animal pudiera asemejarse a ella. Vive entre mundos, el terrestre, cuando se hace manifiesta y serpenteante, y el subterráneo cuando se retira a una cueva, una grieta para permanecer inmóvil, casi atemporal. El hombre siempre sintió fascinación por ella, ya sea negativa por rechazo, ya sea positiva por atracción, sorprendido siempre por su cambio de piel, como un ser que renace de sí mismo. Tanto las tribus más simples que viven en Africa y Nueva Guinea, como nuestros antepasados que vivían en las cavernas la dibujan y dibujaron con una línea, ya recta, ya ondulada. Salvo el punto, tal vez no haya algo más abstracto que la línea. Y sabemos que cuánto más abstracto es algo, más potencialidades de manifestación esconde. Despierta diversas sensaciones cuando se la ve moverse y cuando permanece quieta, enroscada sobre sí misma, en una posición en la que no se puede diferenciar el principio y el fin.
La serpiente ha sido vista en la mitología como una hierofanía, una manifestación de la diosa, de la regeneración, de la vida que surge después de la muerte, como el epítome del Conocimiento, como la dadora también del Conocimiento del Bien y del Mal. No olvidemos que también representa nuestro psiquismo más arcaico, oscuro y misterioso. Surge de la oscuridad de su cueva; generadora de temores y muchas veces de muerte, puede representar también la vida. Es imprevisible y secreta. Tan enigmática que muchos dioses han tomado su forma para representar las primeras etapas de la creación. Es la serpiente cósmica, ligada a las aguas y a la noche. Es Ofión que fecunda a Eurínome. Representa la vida latente, la renovación, la sabiduría. Todo un complejo simbólico. Dice René Guenón que los caldeos tienen una sola palabra para vida y serpiente, su simbolismo está ligado a la idea misma de la vida. En árabe, serpiente se dice el-Hayyah y vida el-hayat. Pero también añade que El-Hay, es uno de los principales nombres de Allah, no “el viviente” como suele decirse, sino “el vivificante”, el que da la vida o el que es el principio mismo de la vida.
Ella encarna la fuerza de la naturaleza en toda su variación y esplendor. Posiblemente haya sido un dios de los comienzos antes de que las religiones la destituyeran del lugar que detentaba por derecho. Es lo que anima y lo que mantiene. India nos habla de Ananta, la serpiente cósmica que está enroscada en la base del eje cósmico. Significa “sin fin” y simboliza el desarrollo y la reabsorción cíclica del universo. Se encuentra en la base del mundo, en el nadir, y por lo tanto es su sostén. Forma parte además, de los “animales de poder” y puede expresar, según la cultura, la manifestación del dios de las tinieblas. Está presente también en el imaginario del chamanismo.
Si bien el ouroboros, la serpiente que se muerde la cola, simboliza la autoalimentación y autofecundación, dando idea de unidad-totalidad, de círculo cerrado y por lo tanto hermético, también alude a la reabsorción cíclica y la ciclicidad de los procesos psíquicos. Indica la transmutación de la vida en muerte y muerte en vida, basta mirar su boca mordiendo la cola, inyectando veneno en su propio cuerpo. Por otro lado, alude al tiempo y al movimiento, es símbolo de un antiguo dios natural y aparece en culturas caribeñas, indias, africanas y otras. Es principio y fin, generadora de vida y muerte.
Para los dogon africanos, es ancestro mítico, es Nommo, dios del agua y héroe civilizador, les enseña a los hombres la herrería y los cereales. En Benín (Dahomey), tenemos a Dan, gran divinidad de Benín y de la Costa de los Esclavos, es la serpiente fetiche arco iris. De ahí que los esclavos llevados a Haití, la hayan convertido en Damballah-Weddo, divinidad que preside las fuentes y los ríos, representa el relámpago, al dios de la fuerza y de la fecundidad. Dan es hoy el ouroboros del disco de Benín.
En la Enéada de Heliópolis es la serpiente Atum, dios creador más antiguo del mundo mediterráneo, que escupe la creación entera luego de haber salido ella misma de las aguas primordiales. Hay mucho más, pero como simbolismo con esto nos alcanza para entender la asociación que puede tener con la luna y la muerte. Mencioné muchas características que pueden asociarse al imaginario de la muerte que recorrió los siglos.
Sabemos que es un símbolo de los ritmos biológicos. La observancia de sus ciclos de crecimiento, decrecimiento y desaparición, nos da la idea del devenir, nacimiento, transformación y también muerte. Esa luna que mengua y que se dirige indefectiblemente a la fase oscura, es asimilada en todas las mitologías a un estado de desaparición momentánea asociada a la muerte, en los casos en que se relaciona con algún tipo de ritual iniciático. Da pié a pensar en el renacimiento, su muerte nunca es definitiva, ella siempre vuelve, hay una periodicidad sin fin que la convierte a lo largo de la historia de la humanidad en el astro que marca los ritmos de la vida. Está vinculada al agua, la lluvia, la vegetación, la fertilidad, el sueño y lo inconsciente.
Representa la medida del tiempo, desde épocas inmemoriales el hombre marcó los meses lunares en marfil, en piedra, los pintó en las cavernas, en las rocas. A esto sumamos los aspectos que la unen a lo femenino, los embarazos, los animales, la caza, el destino del hombre después de la muerte y las ceremonias de iniciación. Ya el hombre arcaico percibió el patrón de variación de la luna, así estableció diversas relaciones entre el astro y los demás aspectos de su vida.
En mitología, la luna representa al primer muerto y al reino de los muertos. Similarmente a la manera en que ella desaparece y luego vuelve a aparecer, se cree que los muertos acceden a otro tipo de existencia. Hay una relación establecida desde antiguo entre ciertas divinidades lunares que tienen a su vez un rol en el plano ctónico y el funerario: Perséfone por ejemplo. También se nos habla de la morada inmortal en la luna después de la muerte terrenal, aunque, dependiendo de los pueblos de los que hablemos, hay cierta selectividad en cuanto a quiénes morarán en ella: suelen ser reyes y héroes, o personajes muy sabios. En el caso de la mitología de la India, es llamada el “Lugar de los Padres o Ancestros”, y allí se dirigen todos aquellos que están destinados a renacer nuevamente en este mundo, atados al samsara o ciclo de nacimientos y muertes, siguiendo la ley del karma. El Dios Siva, es un dios de transformación, y por eso aparece con una media luna en su cabeza.
Pero también la luna evoca lo tenebroso, y alude además el conocimiento conceptual. Al relacionarla con Jano, divinidad de las puertas y los accesos, de los puntos cardinales y los comienzos, este astro se transforma en puerta del cielo y del infierno, se la asociará con Hécate, divinidad de las encrucijadas y antigua diosa madre que quedó reducida a sus aspectos oscuros, seguida de perros negros. Hécate es temida como Señora de las enfermedades y su asociación con la muerte. Diana, tiene asociación con el sol, por eso es el aspecto positivo de la luna, el cosmos que se hace visible por el punto cardinal en que el sol sale.
Entre los fineses, estonios y yakutos, la fecha correspondiente a la luna nueva o luna negra era la elegida para los matrimonios. Es símbolo de fecundidad ya que a continuación viene la luna creciente.
Para los pueblos semíticos del sur y muchos pueblos indoeuropeos, la luna es masculina y el sol femenino. Para los pueblos del desierto, nómades y caravaneros, la noche trae el reposo y frescor que no tienen durante el día, la noche es contenedora y dulce. Se la considera el guía de las noches. En el Islam tenemos un calendario lunar para las festividades religiosas y otro solar para la agricultura. Las letras del alfabeto se diferencian en solares y lunares. El Corán emplea un simbolismo lunar en que las fases de la luna y la medialuna evocan la muerte y la resurrección. Aquí tenemos una hermosa frase de Jalal-od Din Rumi (muerto en 1273), dice:
El Profeta refleja a Dios como la luna refleja la luz del sol. Así el místico que vive del fulgor de Dios se asemeja a la luna, por la cual se guían de noche los peregrinos.
Los celtas irlandeses juraban por la luna. Cada pueblo ha visto diferentes cosas en las manchas de la luna, animales, rostros, una niña llevando dos baldes de agua, los turcos tártaros del Altai creen ver un caníbal que fue sacado de la tierra por los dioses para proteger a la humanidad. Otros ven distintos animales según la fase de la que hablemos y han elaborado toda una mitología específica en relación con cada fase, esto último ocurre entre pueblos de Asia Central como los buriatos, los gold, los ghiliacos.
Al mismo tiempo, existe una relación estrecha entre nuestra luminaria y la imaginación, el sueño, la receptividad, lo que es inestable. Hasta se dice que el Buddha meditó 28 días bajo la higuera, o sea, un mes lunar, antes de alcanzar el nirvana. Es cierto que la medida del mes lunar ha actuado en diferentes concepciones pero a un nivel subconsciente, por ejemplo los hindúes dicen que hay 28 estados angélicos y 28 moradas lunares. Los hebreos relacionan el mes lunar con las manos del Adam Kadmón u hombre universal. La mano derecha es la que bendice y está en relación con la luna creciente, en tanto que la izquierda es la que puede lanzar maleficios y se asocia a los 14 días de luna menguante.
Las divinidades asociadas a ella son muchas y abarcan todas las mitologías: Mencionamos a Diana, Hécate, también Ishtar, Ashtarté, Isis, Artemis, Durga, Morrígan, Selene, Morgana, Lilith.
Otra asociación viene en relación con la personalidad, se refiere a nuestras pulsiones más viscerales e instintivas, es lo primitivo que duerme en nosotros, al mismo tiempo que las ensoñaciones y los fantasmas atávicos de nuestro pasado remoto que han envuelto por milenios nuestro desarrollo psíquico.
Tanto la serpiente como la Luna, una abandonando su piel vieja y la otra, mutando su luz y su sombra, son concebidas como seres que renacen continuamente a partir de sí mismos. Lo cual les da cierto señorío sobre la vida y la muerte. Ambas comparten los poderes de la renovación de la vida. La Luna desaparece durante su etapa Oscura, y la serpiente lo hace bajo la tierra para hibernar dejando su piel. Son vistas como epifanías de las fuerzas auto-generadoras y a la vez auto-devoradoras, como algo misterioso que está más allá de los poderes del tiempo. Veremos el tiempo y la luna, pero el primero como el devorador de la vida. Tanto una como la otra se asocian a lo acuático, la Luna por el rocío, la humedad, la lluvia, las mareas… la serpiente porque siempre está cerca de fuentes de agua o enroscada o colgando del Arbol de la Vida, custodiándolo. La serpiente simboliza al mismo tiempo el poder de las aguas. Por su relación con lo que nace y lo que muere, se asocian ambas como mediadoras entre los vivos y los muertos.
La serpiente es vista tanto en forma femenina como masculina en los mitos, al igual que la Luna. Tanto la una como la otra es considerada el “Señor de las Mujeres”, reverenciadas como las grandes fertilizadoras. La serpiente se asocia al conocimiento dado que surge desde las entrañas de la tierra y está unida a la sabiduría de la Tierra Madre y de la Luna como diosa. Comparte el poder de la transformación con esta última. Durante la Edad del Bronce y del Hierro, la Diosa Madre tuvo muchos nombres y siempre estuvo asociada a serpientes.
La serpiente se asemeja a un espiral cuando está en movimiento, un círculo que se abre en otro círculo y combina un retorno a un punto de origen con movimientos en otro nivel, al igual que la Luna.
Cuando la Luna sale de su fase oscura hacia el término de la tercera noche, genera en un nivel simbólico profundo, la sensación de que la vida puede continuar, si no para el cuerpo, para el alma.
El hombre ha creado una suerte de correspondencias simbólicas que se volcaron en los mitos, por ejemplo el mito del primer muerto; la Luna como primer muerto. En cierto sentido, este astro (según la mitología), fue el primero en morir simbólicamente hablando, si lo pensamos desde la observancia del mundo natural, incluidos los astros. El primero en morir en la tierra es el Ancestro, del que muchas veces se guarda memoria. El paralelismo entre ese primer ancestro y la Luna hizo que a un nivel mitológico se lo concibiera morando en ella. Desde allí él podría, según la cultura de la que hablemos, continuar guiando y rigiendo a sus descendientes en la tierra. En India, se ha llevado esto a puntos muy altos de desarrollo, no sólo mitológico sino también metafísico. La Luna es “el hogar de nuestros ancestros” dice el Kaushitaki Upanishad, que es una de los cinco upanishads más antiguos.
Algunas veces, de la Luna se dice que ella misma es el ancestro de la tribu, esto da una pauta clara de la antigüedad del culto lunar. Osiris e Isis eran considerados como los ancestros de los reyes de Egipto a lo largo del Período Dinástico, y Osiris más tarde se transformó en el gran ancestro de Egipto, con quien los egipcios esperaban encontrarse en la hora de su muerte. En algunos mitos, como por ejemplo entre los Arunta de Oceanía, la Luna era originalmente la primera persona que habría vivido en la tierra y que, cuando murió, habría ido directamente al cielo transformándose en una luminaria. Desde un punto de vista mítico, un pueblo o tribu “equis” puede ser equiparada a la raza humana, se asume que son lo mismo dado que los mitos de cada pueblo los ubican en el “centro del mundo”, en ese “omphalos” por el que pasa el axis mundi en el que se articulan tanto el tiempo como el espacio, así como los diferentes mundos y órdenes de realidad. Esto hace que cada pueblo se considere el primero en nacer en la tierra y de ellos descenderían todos los demás. Los incas creían que ellos descendían de la unión del sol y la luna. Ambos, hermanos, unidos para fundar la línea real en Cuzco, que todos saben quiere decir “ombligo”, que según la cosmología Inca es el centro del mundo.
Los Bushmen de Africa llaman a la Luna el “Gran Jefe” y “Nuestro Abuelo”. Los Algonquinos la llamaban Diosa Abuela Aatensic. Era una costumbre alrededor del mundo, levantar al recién nacido para presentárselo a la Luna ya que ella era el Ancestro, se le estaba mostrando a un nuevo descendiente, y además se ponía en evidencia la herencia lunar. En la India, se la llama Candra, otras veces Soma, y era un ancestro de la raza lunar de los reyes, de los cuales Krishna, el octavo avatar del dios Vishnu, descendía. También los Burundi de Africa creían que sus reyes derivaban de ella como Ancestro y que a ella volverían cuando murieran. Hasta Gengis Khan (1167-1227) trazaba su ascendencia hasta un rey que había sido concebido por un rayo de Luna. En muchos lugares también cumple la función de juez de los muertos. El dios Yama, que originalmente fue el primer muerto en la antropogonía de la India, y a la vez el primero que abrió camino para los que vendrían detrás de él, era también juez de los muertos. En las varias divisiones que se hacen del panteón indio, hay una que los separa por pertenencia al astro solar o al lunar. Yama pertenece a la Luna, igual que Siva. En tanto ojo del cielo, la Luna es para los esquimales, la que asegura que los tabúes tribales sean respetados, aunque hay algunas variantes en que esta función la cumple un espíritu-lobo, aliado de la Luna.
En Grecia, Demeter era llamada “dadora de la ley” o thesmophoria, y en Atenas los muertos eran sus niños o Demetreoi. Recordemos que el Sueño, Hypnos, es en Grecia el hermano de la Muerte, Thanatos y que ambos son hijos de la diosa Noche. Los muertos se asemejan a los vivos cuando duermen, pero también, y tal vez, porque el dormir trae sueños, y los sueños corren el velo entre los mundos de los vivos y los muertos, entre el pasado, el presente y el futuro. Para el que duerme, muchas veces el muerto se hace visible del mismo modo en que la Luna hace luminosa la noche. Es el dios Hermes, como Psicopompo, el que puede guiar a las almas en el reino de la muerte. Hermes con su vara de serpientes entrelazadas lleva a las almas a través de la frontera entre la vida y la muerte, a la manera de aquél que fue alguna vez un dios lunar, él mismo. Ni Hypnos ni Thanatos pueden proveer de un ritual para entrar en ese ámbito. Fíjense que Hermes nace en una cueva el cuarto día del mes, el primer día de luna creciente después de los tres días oscuros, y lleva un cordero sobre sus hombros como aquél encargado de incrementar el ganado, la fecundidad de los rebaños. En Arcadia se lo honra junto a los manantiales y hay pilas de piedras que señalan el camino hacia el próximo manantial o arroyo. Sus epítetos lo vinculan a la noche: “nuxios”: “el de la noche”, “opopeter”: “aquél que ve en la noche”, o también “compañero de la noche negra” como lo llamaba Apolo. También se lo llama el “Matador de Argos” o “Argeiphontes”. Argos bien puede ser un antiquísimo remanente de un dios de la Luna menguante. Argos custodiaba a Io, que fue convertida en Luna-Vaca por Zeus a pedido de Hera. Pero a pedido de Zeus, Hermes pone a Argos a dormir con la música de su flauta y así lo mata liberando a Io. Si Argos fuera un remanente de un dios de la luna menguante, es posible que, haciendo otra lectura, Hermes en tanto dios de la Imaginación, liberara la intuición lunar que estaría representada por Io.
Otro nombre de Hermes es ”Propulaios” o “en el portal” se refiere a aquél que está en el portal del mundo subterráneo, en el umbral, mejor dicho, entre los mundos divino y humano, que es el lugar por excelencia de la transformación. Por eso su sombrero tiene dos colores, negro y blanco para indicar que mora en las alturas luminosas y en la oscuridad del mundo subterráneo. En cada Luna Nueva (oscura), Hermes junto con Hécate, que es otra guardiana de los portales y las encrucijadas, son honrados con ofrendas, pasteles, con la esperanza de que concedan un mes con buena fortuna.
Sabemos que las primeras notaciones del tiempo fueron lunares. La noción del tiempo en sí misma, podría haber surgido, según algunos criterios, en función de la observancia de las fases de la Luna y por el hecho de ver que había un patrón recurrente en esa secuencia. Tendríamos continuidad, secuencia y recurrencia. Sería como ver el tiempo, no en forma abstracta sino como un fenómeno concreto que se podía medir, algo “vivía” de noche en noche, de fase en fase, de Luna en Luna. Podríamos decir que estamos entonces ante un fenómeno que es cuantitativo, pero, el hecho de que cada fase ofrezca una imagen distinta y evoque sensaciones, sentimientos e ideas también distintas, lo hace un fenómeno cualitativo. Era como si el tiempo medido por la Luna tuviera su propia personalidad conforme la fase correspondiente. Fue la mejor manera, la más efectiva, de contabilizar las noches y por ende, los días. Por eso no puede extrañar que muchos pueblos cuenten el tiempo por noches.
Dicen que los seres humanos tenemos un deseo profundo de encontrar unidad en medio de la multiplicidad que nos rodea, en forma inconsciente algunos, consciente otros. La constancia en la recurrencia del ciclo daba la noción de algo perpetuo, la fase cambiante ofrecía la imagen cambiante del tiempo inserto en esa perpetuidad. Ya Platón, en el Timeo, decía que el tiempo era la imagen móvil de la eternidad. Pero la eternidad no es perpetuidad. Si tomamos la imagen de las fases lunares veremos que la suma y continuidad de las mismas ofrece noción de perpetuidad, algo que se repite interminablemente. En cambio, la intuición de la eternidad alude a algo que no puede ser imaginado, ni concebido por el hombre. Sí profundamente ansiado, es una realidad de otro orden a la que aspiramos desde el fondo de nuestro ser. Las danzas circulares, las imágenes de círculos cerrados, la serpiente que se muerde la cola, todos son paradigmas, o tal vez expresiones de “eternidad” en tanto algo que no tiene fin, pero no por ello la representan fehacientemente, dado que esa noción está más allá del cambio.
Aunque desde el enfoque teórico, esto sea así, en los mitos la Luna proyecta tanto la imagen del tiempo como la de la eternidad, porque el hombre no se cuestiona o se cuestionaba la diferencia entre perpetuidad y eternidad. Tomaba ese patrón sin cambios del cambio permanente como un proceso eterno, y la eternidad era para él, el incansable y recurrente ciclo de las caras de la Luna. El tiempo era sus fases vistas en forma individual. Los Sioux la llamaban “La Anciana que Nunca Muere”, los Iroqueses, “la Eterna”. En inscripciones latinas se le da el epíteto de “eterna”, y en Rusia se la llama “la Inmortal”. En India, Soma, dios de la Luna, lleva el mismo nombre que la bebida de la inmortalidad. En Polinesia creen que la Luna se renueva perpetuamente en las aguas de Tane, la fuente eterna. Entre los hotentotes y los bushmen creen que la Luna puede dar inmortalidad a los hombres. Aunque no sea lo mismo, el renovarse, el ser perpetuo y el ser eterno, para nuestros ancestros la diferencia del concepto no tenía importancia. Lo que realmente la tenía era el sentimiento y la creencia que surgía a partir de la Luna.
Hay algo importante: para la mente racional, la Luna ofrece una imagen visible del fluir incesante del tiempo, en cambio, para la mente mítica la Luna hace el tiempo y “es” tiempo. Es el origen último del tiempo. En las lenguas Indoeuropeas los términos utilizados para medir el tiempo provienen del nombre de la Luna, no al revés. “Mes” (month en inglés) vienen de Moon. La raíz IE es “me”, que significa “Moon”, Luna y que da en el sánscrito “mas” o “masas” que significan Luna y mes. “Mati” significa “medida”; “ma” significa “tiempo” y “ma” o “matar” significa “madre”. Así, en las lenguas indoeuropeas surge la raíz para Luna y medida. En griego, Luna es “Mene”; “men” es mes; “metron” es mensura, medida, etc.
En latín decimos Luna que podría ser una contracción de “leuksna”, del griego “leukos”: blanco, brillante; Leukos también da “lux”, luz. Pero dejemos un poco este aspecto para referirnos a otro que está en relación más profunda con el tema de nuestro curso: la Luna como destino y las imágenes mitológicas que se asociaron a ella.
Veamos algo, si dijimos que para la mente mítica la Luna “es” el tiempo, entonces no es muy difícil imaginar la ilación que siguió: si la Luna es la causa del tiempo en la vida, era también la causa de su cesación. Recordemos las fases: creciente, llena y menguante, representando los distintos estadios de la vida humana, la totalidad de los días de la vida del hombre. Luego imaginaron que emitía hebras de tiempo de su esfera luminosa, del mismo modo que una tejedora pasa las hebras por su rueca y las enrosca en el huso. Así, la Luna, como la tejedora del tiempo de la vida, se transformará en aquella que teje el destino individual y universal. Pero veamos algo más, ¿qué es lo que nosotros vemos de la Luna? Sólo tres fases: creciente, llena y menguante, y cada una se asocia con una etapa de la vida. En Grecia encontramos cada fase asociada a diversas diosas: Artemis, Kore/Perséfone con la luna creciente; Demeter, Hera, Atenea y Afrodita con la luna llena; Hécate/Demeter con la luna menguante. Pero detrás de estas diosas, que tenían funciones bastante delimitadas, se vislumbraban otras figuras más asociadas con la noción de tiempo y destino, las Moiras. Nacen de la noche como el primer destello de luz que surge al amanecer, aluden al instante del nacimiento y la muerte, y el transcurso entre un momento y otro, serían la suma de los instantes de la vida humana. Nacen juntas, en el mismo momento, de ahí que nacimiento y muerte se encuentren en ese instante y, que el nacimiento traiga consigo a la muerte como un destino del que no se puede escapar. En medio, corren las vidas en el mundo natural y les es ofrecida una parte de ese tiempo. Moira significa: parte, porción. En primer lugar se refiere a las Moiras mismas como imágenes de las tres fases/partes de la Luna, y también por ser y marcar, cada una, una parte de la vida de los hombres: infancia, adultez, ancianidad. Esa ancianidad que acerca al hombre al final. El origen lunar de las Moiras fue celebrado por los Órficos que le dedicaron un himno, y hablaron de ellas como hijas de la noche oscura “vestidas del blanco rayo de luna”.
Se estableció diferencia de nombre y función entre ellas: Cloto teje la hebra de la vida y está presente en el momento del nacimiento. Lakesis teje la trama del destino, la tela y también la duración de los días del hombre. Atropos, lo “inevitable”, corta la hebra de la vida con su cizalla. Su nombre significa literalmente “aquella que no puede desviarse (cambiarse), o torcerse”. Ella marca el destino final del que nadie puede escapar.
Eliade dice que
Los ritmos de la luna tejen juntos armonías, simetrías, analogías y participaciones que componen un tejido sin fin, una red de hebras invisibles que atan juntos a la humanidad, la lluvia, la vegetación, fertilidad, salud, animales, muerte, regeneración, vida después de la muerte, y más. Por esa razón, la luna es vista en tantas tradiciones personificada por una divinidad, o actuando a través de un animal lunar, tejiendo un velo cósmico, o los destinos de los hombres. (trad. de Patterns in Comparative Religion, “The Moon and its mystique”).
El hecho de que la Luna parezca hilar y deshilar en ese cambio de fases, da la idea de que detrás de ese astro que es uno, hay también tres. En su libro “Las Madres”, Briffault ve detrás de la Diosa Madre de Arabia, Manat, una deidad lunar, vista bajo la forma de tres vírgenes sagradas que Muhammad admite en la primera versión del Corán: Al-Ilat, Al-Uzza y Mawat (consideradas como hijas de Allah). El profeta alaba su función mediadora pero luego se retracta viendo que la mediación de estas figuras, por más que en jerarquía estuvieran muy por debajo de Allah, socavaba de alguna manera la supremacía única de Dios.
Existe la creencia, aún en culturas muy antiguas, que detrás del inmenso poder de los dioses, hay una fuerza que ni ellos pueden desafiar: el destino, y ese destino está asociado a la figura de la Luna, ya sea directa o indirectamente. La Luna Negra, encarnada bajo la forma de ciertas deidades es considerada como un ser que imparte la ley, especialmente cuando al no verla en el cielo se asume que está iluminando el mundo subterráneo y presidiendo sobre la vida que surge después de la muerte.
Son muchas las diosas tejedoras, en Grecia abundan y ya las nombramos, no olvidemos a las ninfas que tienen un rol clave en el destino de Odiseo. Penélope misma, teje para decirle a sus pretendientes que esperará antes de elegir a alguien en matrimonio hasta que termine de hilar la mortaja para Laertes, el padre de Odiseo, como una preparación para su muerte. Simbólicamente, Penélope, la “velada”, teje y desteje su telar de tiempo para posponer el final de la obra. Simbólicamente también, la elección de uno de los candidatos implicaría cortar la última hebra que la une a Odiseo, como esposa.
Pero Odiseo vuelve, gracias a Calipso y a Circe, diosas que tejen su destino. Circe teje encantamientos a medida que canta, y eso me recuerda a las mujeres nórdicas, aquellas que entretejían encantamientos en las hebras de las ropas que tejían en los telares, como una manera de proteger a sus esposos e hijos del destino que las Nornas hubieren elegido para ellos.
Si nos alejamos un poco del mundo clásico, encontramos a las Nornas en el mundo escandinavo: Urd, Verdandi y Skuld, o en otros términos “lo que fue, lo que está siendo y lo que debe ser”; también “origen, devenir y deuda”. Skuld significa “deuda” y lleva a pensar en la muerte que es deuda en tanto hay nacimiento.
Al igual que las Moiras, las Nornas son más antiguas que los dioses y viven en el Manantial del Destino o “Fuente del Destino” que está bajo las raíces de Yggdrasil, el fresno sagrado o Arbol del Mundo. La fuente salpica con sus gotas mágicas las ramas del Fresno, rescatándolo de la decadencia del tiempo, a pesar de saber todos que, al final, Yggdrasil caerá entre llamas.
En la Edda Menor o en Prosa, escrita por Snorri Sturluson y compilada de fuentes más antiguas dice:
También se dice que las Nornas que habitan junto a la fuente de Urd, toman cada día agua de la fuente y lodo del que hay alrededor de la fuente y lo echan sobre el fresno para que su ramaje no se seque ni se pudra, y es tan santa aquel agua, que todas las cosas que se meten en la fuente se vuelven tan blancas como la telilla que hay por dentro de la cáscara del huevo. Esto se ha dicho:
Yo sé que se riega un fresno sagrado
El alto Yggdrasil, con blanco limo;
Es eso el rocío que baja al valle,
Junto al pozo de Urd siempre verde se yergue. (acá se refiere a la visión de la Adivina)
El rocío que cae de allá sobre la tierra es lo que los hombres llaman mielada, y es con lo que se alimentan las abejas…
Hay una conexión muy sutil entre la Luna, el rocío, la miel y la ambrosía, sería algo así: presencia de agua mágica que cae de las ramas más bajas del Arbol del Mundo, es blanca (el color de los rayos de luna); se transforma en la miel de las abejas, y tiene el poder de dar la resurrección. Nada en el texto menciona la Luna, pero sí en éste, en que las Nornas se hacen presentes en el nacimiento de un niño que está destinado a ser rey, y devanan las hebras con que tejerán su destino bajo la Luna:
Entonces fue Helgi, el del gran corazón
Nacido de Borghild en Bralund.
La noche había caído cuando las Nornas llegaron,
Aquellas que designan los días del príncipe:
Su destino, ellas predijeron, fue famoso entre los hombres,
Para ser considerado el mejor de los reyes valientes.
Allí en las amplias mansiones de Bralund
Ellas devanaron las hebras de su especial destino:
Extendieron cuerdas de oro,
Ajustándolas bajo el salón de la Luna.
Es en la batalla en donde las Nornas toman la forma de Dísir o Valkyrias, quienes tejen el círculo de la victoria y la derrota en la trama de la guerra, extendiéndolo sobre el campo de batalla como un lienzo invisible. Las valkyrias van tejiendo el devenir de la lucha a medida que va ocurriendo, atando a los combatientes a su rueca. Valkyrias quiere decir: “la que elige a los muertos”, si se analiza la composición de su nombre, vemos que kjora que da kyrias, significa “elección” y Val significa “muerte”.
En India, en el Mahabharata, se cuenta que dos mujeres devanan y tejen las noches y los días en el telar del año, usando hebras de color blanco y negro. Hay una clara ambivalencia encontrada en muchos cuentos en relación con las Fatas lunares que terminan las vidas que ellas mismas comienzan. Esto es evocado en la imagen del ciclo de tejido de la hermosa tela de la araña, que la usa para atrapar a sus presas y devorarlas, del mismo modo que el tiempo devora a sus hijos. Heinrich Zimmer, en su libro El Rey y el Cadáver, específicamente al comienzo de los tres episodios del romance de la Diosa, dice con respecto a Maya, la ilusión cósmica que teje el velo de la realidad que vemos y esconde su verdadera esencia:
…Empero los tres (se refiere a Brahma, Vishnu y Siva), ya que no son más que aspectos o manifestaciones de un solo Insondable, son, en último término, un producto de Maya, sustancialmente uno pero en forma y funciones, trino, en virtud del ardid especular que disuelve el Todo en lo Múltiple. Maya es la madre. Maya es el hechizo mediante el cual la vida se seduce eternamente a sí misma. Maya es el útero, el pecho nutricio y el sepulcro. (Op. Cit., p. 172)
Maya es la Gran Madre del Mundo, la Suprema Tejedora, y recibe muchos nombres, en la India también se la llama Kali. Pero Maya significa “ilusión” en la época de las Upanishads, textos metafísicos que encierran los miles de caminos para llegar al Absoluto. En tiempos más antiguos, como los védicos, su significado era “poder mágico”, “capacidad de cambiar formas”. No está muy lejos este significado del concepto de “ilusión”, sólo que éste adquiere connotaciones metafísicas, y de orden netamente espiritual en época upanishádica. La raíz de Maya es “ma” que significa: “medir, formar, crear, construir, desplegar”. Es la raíz de Luna en inglés, Moon, provienen de la misma raíz indoeuropea Me- . Maya es tanto el poder que crea una ilusión como el falso despliegue en sí mismo, según menciona Campbell en La Imagen Mítica, retomando a otros autores.
La mengua de la Luna, cuando llega a su momento de máximo desarrollo, produce un primer acercamiento a la intuición profunda de la muerte. Eso se proyecta a nuestras vidas. Tanto la mitología como el folklore han explicado la muerte como la consecuencia de un error trivial en la transmisión de un mensaje, lo cual lo convierte en erróneo. Otras veces se debe a una trampa, a una traición, a la malicia. Otras, se atribuyen a algún mal, el cual arruina todo. Pero casi nunca, la muerte es asumida en los mitos como parte de la vida o de la naturaleza de las cosas, salvo en culturas agrarias en que las representaciones de las diosas incluyen ambos aspectos. La desaparición y reaparición de la Luna, vistas como muerte y renacimiento, permitió al hombre reflexionar sobre estos procesos. Las imágenes naturales han servido a lo largo de la historia de la humanidad para ayudar a interiorizar aspectos vitales. Aquellos mismos, que desde una mente racional y fría correrían el riesgo de ser rechazados, a través de la imagen mítica permiten un acercamiento y al mismo tiempo un trabajo, tal vez inconsciente, en lo profundo de la psique, labrando el campo y preparando al hombre para la aceptación de esa parte del proceso vital.
Era tal la asimilación que las sociedades arcaicas y paganas hacían con respecto a la mengua y desaparición de la Luna y la decadencia y muerte del ser humano, que se llegó a llorar por la muerte del astro, en que la tragedia se convertía en el destino del hombre así como en el de la Luna misma. Cuando finalmente la Luna desaparecía esos tres días, generando oscuridad, ésta sólo era abatida por la luz de las estrellas, y el hombre comenzó a ver un delgado hilo de luz curvado que comenzaba a emerger nuevamente. Este renacimiento, automáticamente lo llevó a la idea del propio renacimiento. Nunca sabremos cuándo esto fue experimentado por primera vez, ni qué sintió exactamente ese ser humano, pero tiene que haber sido mucho antes de que las fases y los ciclos de la Luna se comenzaran a grabar en hueso, marfil y piedra, o sea, hace mucho más de 30.000 años. Entre los indios de California, todavía se cantaba en el siglo XIX mientras se danzaba en un círculo bajo la Luna Negra, el siguiente verso:
Como la Luna muere, y vuelve a la vida otra vez, así nosotros también, teniendo que morir, naceremos nuevamente.
Aquí tenemos algunos ejemplos del lazo entre la muerte y la luna:
Entre las tribus de Nueva Gales del Sur, la Luna le pidió a algunos hombres que llevaran sus serpientes por él (vean que acá la Luna tiene sexo masculino y serpientes), pero ellos temieron y la Luna dijo: Como ustedes no hicieron lo que yo pedí, han perdido para siempre la oportunidad de surgir nuevamente después de que mueran. Otro mito, entre los Arunta de Australia dice que la Luna vivía entre los hombres, pero murió y fue enterrada, y luego de tres días surgió nuevamente como un hombre joven. El pueblo escapó, y la Luna dijo: no escapen o morirán todos; yo moriré también pero surgiré nuevamente en el cielo. En muchos relatos es la Luna misma la que trata de dar la inmortalidad a los seres humanos –preservando el vínculo- pero ese acto fue impedido por algún mensajero tonto que transmitió mal el mensaje o por los receptores que no lo interpretaron.
La Luna ha sido intuida como un astro ambivalente, porque en su recorrido no sólo está la vida sino también la mengua, que se traduce luego en su desaparición de tres días. A esto, podemos también agregar ciertas relaciones que muchos pueblos han hecho asociando a ambas, o además el color de la Luna asimilado a un derramamiento de sangre ocurrido o por ocurrir.
Les diría que en la mayoría de los casos, se trata de un hecho que todavía no ocurrió. Y esto nos lleva también a la asociación del astro con la profecía y la intuición. Algunas pocas veces y por algunos instantes, la Luna puede ser vista como si tuviera un velo rojizo delante de ella, es un fenómeno atmosférico, que no pasó desapercibido a nuestros ancestros. Cuando veían esto, decían que si ella aparecía roja en el cielo, es porque habría derramamiento de sangre. Del mismo modo, y esto es muy común entre los germanos, se asocia el amanecer con el sol rojo a las mismas causas, es un anuncio de que hubo, esta vez en el pasado, derramamiento de sangre.
Si alguna vez se ha creído que la Luna creciente traía vida y la menguante, muerte, entonces los rituales apotropaicos que rodean al menguante se vuelven inteligibles, dado que intentaban proteger a la comunidad de las fuerzas del mal. Los judíos de los primeros tiempos decían que las fuerzas del mal se incrementaban en la Luna menguante y, de acuerdo a algunos místicos judíos, mirar la Luna estaba totalmente prohibido, aunque se podía mirar casualmente cuando se recitaba la bendición de la Luna Nueva o Negra (levanah significa “Luna” en hebreo). Todavía en el siglo XIX, en algunos lugares alrededor del mundo, se posponían bodas y viajes durante la Luna menguante, los bebés se ocultaban y se suspendía la siembra (con excepción de los vegetales de raíz cuya energía baja en la oscuridad). El miedo ha quedado, aunque en la mayoría de los casos se olvidaron los motivos que lo engendraron.
Abundan los mitos en los que la Luna concede la inmortalidad voluntariamente y luego la quita o los hombres la pierden, u otros en que se le pide concretamente que la conceda. Existen relatos a lo largo del mundo de una Luna que secuestra, ofendida con los hombres (como en NO de América), de una Luna cazadora en Grecia, Roma y el Cercano Oriente, todo esto puede ser visto como el astro originando la muerte. Si retrocedemos en el tiempo hasta una época en que el hombre arcaico sentía temor hacia ella y, que a causa de ese temor, no pudiera diferenciar los aspectos de la misma, entonces existiría una percepción de la Luna que brinda la vida y la muerte al mismo tiempo, según ella misma deseara. Y así era aceptado sin cuestionamientos, lo mismo ocurría con las manifestaciones de deidades femeninas, Diosas Madres ambivalentes. Pero a medida que el tiempo fue pasando y el hombre comenzó a diferenciar, vio que la vida corría según pares de opuestos: vida y muerte, luz y oscuridad, bien y mal. Entonces comenzó a percibir la “esencia” de la Luna dividida en dos. Esta dualidad de los dones de esta luminaria hacia los hombres se concentró en dos formas: la Luna creciente y la Luna menguante. La creciente, o cuando la Luna está de buen talante (según Plutarco), y la menguante cuando está en su opuesto. Incluso él dice: en la luna menguante la Luna trae enfermedad y muerte. (citado por Esther Harding en Woman’s mysteries).
Veamos ahora un aspecto interesante. Todos sabemos que muchas veces el lenguaje nos da las pistas que necesitamos para alcanzar un conocimiento de ciertos aspectos gracias a los contenidos semánticos que encierran las palabras. Actúa como un preservador que revela antiguos y originales significados. Las palabras en inglés “waxing” para “creciente” y “waning” para “menguante” tienen alcances que corresponde ver: Ambos términos provienen del Inglés Antiguo. El verbo “to wax” viene del inglés antiguo weaxan y del antiguo alto alemán wahsan, en ambos casos significa “crecer, incrementar” y se relaciona con el Latín auxi: “hago crecer”. El verbo “to wane” viene del inglés antiguo wanian y del antiguo alto alemán wan, el antiguo nórdico vanr, que significa “disminuir, aminorar, decrecer”, cuando la declinación en luz y tamaño implica también declinación en poder, alcanzando así el significado de “disminuido”, “carente” y “deficiente”.
También es interesante notar que “wane” utilizado en forma abreviada “wan” se usó y todavía persiste en algunas palabras, como un prefijo negativo, que indica algo erróneo, carente, malo, al igual que el moderno “dis” en inglés, como en disadvantage: desventajoso. La palabra wanhope significa dispair: desesperanza. Vemos que “wane”, como menguante, tenía un significado peyorativo que permitía que fuera utilizado como un prefijo negativo. En latín da “uanus” significando “vacío”, “sin substancia”, de allí surge la palabra “vano” y todos sus equivalentes indo-europeos. “Uanus” lleva a “vanish” en inglés que significa “desaparecer” y se relaciona con el latín “uacere” que es “vacante” y “uastus” que da “devastado”, y en inglés “waste” por “yermo”, “baldío”. También da “vanidad” como algo que no tiene substancia. Pueden ver aquí la importancia que tuvo este término, “menguante” referido a la luna y sus alcances.
Pero como todo lo simbólico, esto tiene también otra vertiente, y es positiva porque ese menguante de la Luna puesto en relación con el resto del cosmos, incluido el hombre, podía “curar”, podía llevarse la enfermedad junto con la luz que menguaba. Ciertas concepciones de tipo mágico entre los eslavos y los italianos sostenían que las personas que sufrían de varices, afecciones dermatológicas, verrugas, es decir, enfermedades que sean visibles, podían tocar la parte afectada en el momento en que la Luna estaba cambiando y podía llevarse la afección. Algunas posturas sostienen que esta antiquísima creencia es la que estaría en la base de la tradición tardía de un Salvador que carga sobre sí todos los pecados del mundo para redimirlo. Esto no apunta solamente al Cristianismo sino también a figuras como la del Bodhisattva en Budismo Mahayana, o del Gran Vehículo. Serían elaboraciones de creencias mitológicas arcaicas. Obviamente ni el Cristianismo ni el Budismo estarían de acuerdo con esto, pero es necesario comentar que sí existen esas posturas.
Hay un breve relato japonés que dice que un pescador encontró en la playa una túnica hecha de plumas blancas. Una muchacha resplandeciente salió del mar y le rogó que le diera la túnica porque sin su plumaje ella no podría volver a su hogar en el cielo. Cuando él le entregó su túnica alada, ella desplegó sus plumas blancas y voló hasta alcanzar la Luna llena. En Gran Bretaña hay también un antiguo relato que dice que la Luna, en su fase oscura, fue atrapada en el fondo de un pantano por las algas y que tuvo que permanecer allí hasta ser liberada por la gente de la aldea. La desaparición de este astro se atribuye muchas veces a que queda atrapada en la Tierra, o bajo las aguas de un lago o del mar, vean aquí la relación con las aguas. O también el caso que mencionamos del Japón, ella pierde sus ropas brillantes en la Tierra y tiene que reclamarlas para volver al Cielo.
La noción de pérdida y reencuentro, que aquí está manifestada en forma muy ingenua, da lugar a mitos más complejos, asociados a las religiones mistéricas, Perséfone se “pierde” en el Mundo Subterráneo, por decirlo de alguna manera, y es encontrada por Demeter. Del mismo modo que Seth mantiene a Osiris atrapado en un ataúd, Hades mantiene a Perséfone atrapada en el Hades, permitiéndole retornar con Hermes sólo luego de que Zeus, en respuesta a las amenazas de Demeter, interviene. Por su parte, Seth desmembra el cuerpo de Osiris en catorce partes, una por cada día de la Luna Menguante. Aquí Seth, juega el rol de la Luna Oscura desmembrando la Luna Llena o Brillante, pedazo a pedazo, noche a noche.
La metáfora más utilizada para la pérdida de luz de la Luna es la del desmembramiento. La interpretación más común es aquella que sostiene que es asesinada por el Sol porque no pueden coexistir ambos. Si se los ve en el cielo en sus respectivos ámbitos temporales, ambos son igualmente grandes y brillantes, en su propia naturaleza. Está la idea de que la Luna comienza a menguar inmediatamente después de que encara al Sol directamente cuando está en la fase plena o llena y que eso se debe a una herida que el Sol le inflige, llevándola a la muerte. Los Bushmen, cazadores ellos mismos, vieron siempre a la Luna menguante como cortada por un cuchillo de rayos del más grande de los cazadores, el Sol mismo. El Sol corta y sigue cortando a la Luna hasta que ésta desaparece casi completamente. Ellos dicen que es un hombre el que rescata lo que queda de la Luna y, le implora al Sol que deje esa pequeña parte para los niños, que les deje la columna de la Luna. Así, el Sol consiente, y la Luna desaparece para volver a crecer de sí misma gracias a ese resto de hueso que mantiene.
Entre los latvianos hay otro patrón de desmembramiento. Aquí, la Luna, Meness, es cortada en pedazos por su esposa Saule, el Sol, por haber sido infiel. Alternativamente la misma Luna es cortada en pedazos por Perkons, el dios del trueno y la tormenta (lituano Perkunas) que es uno de los tres esposos de Saule, el Sol, y la causa, fue haber seducido a una de sus hijas.
Uno de los ejemplos más conocidos de desmembramiento se asocia a una historia muy vieja, es la de Artemis y Acteón. Ella dispara sus flechas sobre él y sus perros le muerden el vientre y el cuello. No es una coincidencia que sus sacerdotisas utilicen una máscara de perros cazadores mientras que los hombres que asisten a su festival, utilizan cornamentas de ciervo sobre sus cabezas. Artemis usa una capa hecha con la piel de un ciervo, el animal en que usualmente se convierte, mientras que Acteón es transformado por ella en un ciervo, una versión masculina de ella misma, personificando al dios astado. Acteón asume el rol del dios amante y se convierte en consorte de la Luna Llena, siendo sacrificado como la Luna menguante, despedazado por los perros de la oscuridad. Así la diosa-Luna puede retornar renovada luego de su inmersión en las aguas eternas. Es la madre de Acteón la que busca los pedazos del cuerpo de su hijo, del mismo modo que Isis busca los de Osiris. Parecería que hay aquí un antiguo y esotérico ritual de matrimonio sagrado, escuchado muchas veces pero poco comprendido. Cerberos, visto como un perro de Hécate tenía primero 50 cabezas, la misma cantidad de perros que desmembraron a Acteón, aunque luego Cerberos se transforma en un perro de tres cabezas, al igual que su Señora, Hécate que no es otra cosa que el aspecto menguante de Artemis. Jane Harrison en Themis, dice que Hécate …fue una vez ella misma un perro de tres cabezas, llamada la “loba”. Robert Graves sugiere que Acteón fue en tiempos pre-helénicos un rey sagrado de un culto al ciervo, despedazado al cumplirse los 50 meses de su reinado.
Para Robert Pogue Harrison, Artemis es una de las más antiguas y enigmáticas deidades y su culto tenía su base en Éfeso. Se sabe hoy que sus sacerdotisas, durante las festividades castraban cantidad de toros y luego colgaban los testículos alrededor del cuello de la estatua de la diosa. Era un culto a la fertilidad. Luego procedían hacia su altar en un estado extático. Ella presidía los ritos de iniciación de las doncellas que eran vestidas con pieles de oso. Los cultos tradicionales y mitos indican que Artemis era también una diosa de los sacrificios. Cuando Agamenón mata un ciervo en uno de sus bosques sagrados, ella demanda el sacrificio de su hija Ifigenia. Este es un lado oscuro de Artemis, pero el lado que usualmente se muestra y que nos es de especial interés es el de Virgen Cazadora que vaga en los bosques, es una diosa de los lugares salvajes, Señora de los animales salvajes. Su virginidad hace referencia, entre otras cosas, a la virginidad de los bosques que estaban más allá de la polis y los campos cultivados, esto marcaría su estatus especial y separado de los dioses olímpicos.
Su contraparte romana, Diana Nemorensis, Diana de los bosques, no es la misma diosa a pesar de las asimilaciones que se han hecho, al menos no en su origen. Se suele asumir que los romanos adoptaron a Artemis y le dieron el nombre de Diana, pero esta última es en realidad una deidad aborigen, posiblemente escítica, cuyo culto parece remontarse a tiempos más arcaicos. Volviendo a Artemis, es necesario tener en cuenta que la explotación de los bosques era ya una tarea de los hombres del Neolítico, pero Artemis no tiene que ver con eso, ella pertenece a las regiones oscuras e inaccesibles donde vagan los animales salvajes disfrutando de su santuario, lejos de las intromisiones de los seres humanos, con excepción de aquellos cazadores intrépidos que se animaban a internarse en ellos. Artemis es tan remota como sus propios dominios. Se negaba a ser vista por hombres o mujeres, hasta sus propias sacerdotisas no debían posar sus ojos en ella. Su virginidad no alude a la asexualidad sino a la castidad primordial de sus retiros boscosos.
Jean-Pierre Vernant, en La Muerte en los Ojos, dice que Artemis está en el panteón griego por lo menos desde el siglo XII antes de nuestra era, y que su “foraneidad” no se refiere tanto a su origen que podría ser no griego, como a su distancia de los demás dioses, a la alteridad que representa. Es una diosa de los lugares liminares, de las fronteras entre lo civilizado y lo salvaje, el lugar en donde se hace contacto con lo Otro. También Endimión y Selene están inscritos en esta tradición. Ambos tuvieron 50 hijos y él muere luego de su encuentro con la Luna. Selene aparece con su brazo levantado para golpear, parece estar cazando ella misma a Endimión.
Abundan los mitos que dramatizan la muerte de la Luna utilizando metáforas de decapitación y desmembramiento. Y desde que la vida de la Luna era asimilada a los ciclos de la vida humana, del mismo modo, su muerte representaba la de los hombres, y en el mismo contexto, la muerte violenta, el asesinato, el desmembramiento. Pero el hecho de que la luz de la Luna volviera desde lo profundo de la oscuridad permitía al hombre intuir que aunque esa muerte se asimilara a un asesinato, también podía traer consigo una nueva vida. No es casual que la idea de que la Luna es una copa que contiene el elixir de la inmortalidad esté presente en muchas partes del mundo. Es la vida viviendo de sí misma, lo que muere vuelve a vivir, no es la muerte algo definitivo sino un proceso de transformación que permite el surgimiento de la vida renovada. Por eso los rituales iniciáticos simulan una muerte previa a un renacimiento con estatus ontológico diferente, más alto.
La vida y la muerte van juntas, la vida viene de la muerte y la muerte de la vida porque no debemos olvidar que la muerte trae vida en la forma de alimento, y que la vida puede ofrecerse a sí misma en la muerte, como vida para los demás. La vida se sacrifica a sí misma por la Vida. Es la idea del sacrificio voluntario lo que subyace también a esto, luego en las religiones mistéricas occidentales. Tenemos también el sacrificio voluntario de los dioses cuyas partes del cuerpo darán lugar a la creación de lo Viviente. Aquí el proceso se hace consciente, es una entrega consciente y no una vida arrancada. Recordemos la importancia de Bios y Zoe, en que Bios es la vida individual sujeta al tiempo y Zoe la vida que trasciende el tiempo, supra-individual, asociada a la especie y no al individuo. Zoe engloba todos los Bios, y aunque el desmembramiento sea considerado desde el punto de vista de Bios como una muerte, desde el otro lado, el de Zoe, es una transformación. En los misterios, los participantes debían tener esto muy claro, tomar conciencia de ello y pasar de una visión de Bios a una visión de Zoe, para poder experimentar la vida como un Todo completo, sin partes.
Aunque los mitos comienzan mostrando un estado que está fuera del tiempo y el espacio, y en el cual encontramos la imagen del Jardín del Edén, el Tiempo del Sueño de los australianos, la Edad de Oro de los griegos, ese illo tempore del que tanto hablaba Mircea Eliade, siempre era seguido por un estadio dramático en que la condición humana sufría un cambio, se introducía la muerte en la creación o en la manifestación, el hombre se volvía hijo del tiempo y sujeto a él, sería devorado por la muerte. Desde las diversas historias que los mitos narran, aunque parezcan formas ingenuas de abordar un tema tan profundo, puede verse manifestado el proceso del devenir y dan la oportunidad de alcanzar una intuición del misterio de la muerte. Ese Otro misterioso que nos espera y que la humanidad ha disfrazado a lo largo de toda su existencia por miedo a mirarlo a la cara. El mito nos permite desde esa supuesta ingenuidad, la toma de conciencia e incluso la aceptación. No todos los mitos son iguales, tienen diferentes niveles, pero nos permiten conocer aspectos de nosotros mismos. Por eso se expresan en símbolos, multifacéticos, por eso aparecen dioses y diosas, monstruos, gigantes, animales de todo tipo, plantas, en síntesis todo formó parte de un espectro inmenso en el que el hombre se proyectaba como parte de un drama vital.
El desmembramiento es una metáfora que ha recorrido muchas tradiciones místicas, desde aquellas que celebraban los Misterios de un dios o diosa que moría y resucitaba. Casi siempre estos dioses descendían al mundo de la muerte por tres días, muriendo como lo hace la Luna, y surgiendo nuevamente en el tercer día como la Luna Nueva surge dando lugar al Creciente.
No hay ninguna duda de que el misterio aquí está focalizado en el renacimiento y la resurrección después de la muerte, pero se destaca que aquellos que participaban en el ritual, volvían transformados y libres de temor. El retorno del dios, o en el caso de los chamanes, la reconstrucción del cuerpo o re-membramiento metafórico permite al hombre la posibilidad de conectarse profundamente con la Fuente de la Vida. Se trata de tradiciones solares y principalmente lunares, por eso la Luna es su símbolo, porque se produce la equiparación de las fases y el ciclo completo con la noción de la vida en el tiempo o Bios y la vida atemporal o Zoe. Esto se da a pesar de que el ciclo completo sea invisible, lo vemos a través de las fases, pero sabemos que éstas forman parte de un todo mayor que las comprende. Así, el ciclo se puede equiparar metafóricamente a la Fuente de la Vida, que es eterna en su manifestación más plena, en tanto que las fases corresponden a las distintas etapas de la vida humana en el tiempo. Nos está diciendo que la vida trasciende el tiempo.
Si algo ha suscitado miedo a nuestros antepasados, es la desaparición del Sol y la Luna en los eclipses. La palabra “eclipse” viene del griego “ekleipsis” y significa algo así como “omisión”, “abandono”, sugiriendo que el hombre se sentía abandonado por el Sol y la Luna, como si el lazo entre ellos y la humanidad se hubiera roto. Hoy en día, hay mucha gente que siente una profunda angustia ante un eclipse, puede tomarse en cuenta tanto el presenciado en India en 1995 en que los astrólogos indios decían que cualquiera que fuera tocado por la sombra de la Luna, cuando cruzaba al Sol, sufriría de mala fortuna o de algún daño, que los niños podrían nacer deformes, por ejemplo. Además, coincidió con el Festival de la Luz, lo cual puso más de manifiesto las contradicciones. O el de Cornwall en 1999. En las culturas antiguas, las “lunares” específicamente, se tomaba esa desaparición como un signo de la desaparición del agua y el alimento de la vida, y con ellos, la ausencia de la esperanza de la vida renovada.
Ante el eclipse, pueblos de todo el mundo recurrían a diversos gestos rituales, los Masai arrojaban arena al aire, los indígenas de Norteamérica golpeaban cacharros, otros encendían fuegos, otros lanzaban flechas encendidas a la Luna intentando matar a su predador. Los Kamchatkos prendían fuego a sus chozas y las ofrecían en medio de plegarias para que volviera la luz. Los Hindúes golpeaban con cucharas sus ollas. En China, la palabra para eclipse significa “comer”. Aunque pudieran ser anticipados, los eclipses causaban alarma, hasta los sacerdotes babilonios de Uruk hacían altares y gritaban desde allí a la Luna, rogándole que su ciudad sea librada de la catástrofe. Sacaban las trompetas, tambores y arpas del templo y desfilaban por las calles con ellas.
Se creía que los monstruos salían durante el eclipse y devorarían a la gente. Por eso se asocia el eclipse con la Luna o el Sol que son devorados, especialmente por cierta coloración rojiza que toma la primera, de ahí que se diga que ella sangra. Eso la equipara al ser humano. Animales de todo tipo han sido plasmados artísticamente por diversos pueblos devorándola, incluso seres híbridos, esto también da una pauta del miedo que se sentía ante la desaparición del astro. Recordemos que en la mitología escandinava, cuando llegue el Ragnarök, la Luna será devorada por Hati o el Lobo de la Luna o por Managarm o el Perro de la Luna, que constantemente la perseguía para devorarla, y que sólo lo conseguirá cuando llegue el Destino de los Dioses. En el folklore rumano se sostiene que los eclipses se provocan cuando criaturas con bocas de perros o lobos devoran el Sol o la Luna, ellos las llaman varcolaci, pero tienen otros nombres en el mundo eslavo, puede vrykolakas, vrokoslav y alguna otra variante. El varcolaci está, en el folklore serbio, relacionado con los vampiros, uno de cuyos primeros significados fue “dragón que come eclipses”.
Hay una historia india que gira alrededor del batido del océano lácteo, cuando el Amrita, Soma o elixir de la Inmortalidad que estaba sumergido debía aparecer a raíz del batido. Cuando apareció, un monstruo llamado Rahu robó el primer sorbo y lo tragó. El Sol y la Luna le dijeron al dios Vishnu que lo decapitara, él lo hizo de un sólo golpe, pero no antes de que la bebida de la Inmortalidad pasara a través de su boca y cuello, haciéndolos inmortales. El resto del cuerpo cayó en la tierra, pero la cabeza, voraz y ansiosa por otro sorbo, comenzó a perseguir el elixir, el cual ahora se había asimilado a la Luna y, desde entonces ésta ha sido perseguida por Rahu. Cuando éste la alcanza y la engulle, se provoca un eclipse, pero la Luna pasa tan rápida a través de su boca y cuello que inmediatamente reaparece. Entonces la persecución comienza nuevamente. Rahu es llamado el “Demonio del Eclipse”.
La iconografía cristiana reconoce el eclipse como un signo de suspensión del orden natural. En la descripción de la crucifixión de Cristo, la Luna aparece o en menguante o en eclipse, y está ubicada en un lado de la Cruz, balanceando al Sol que está del otro lado. La Parusía o Segunda Venida de Cristo, es descrita en los Evangelios en donde se dice que aparecerá, como signo, el oscurecimiento de la Luna y el Sol:
Inmediatamente después de esos días de tribulación el sol se oscurecerá, y la luna no dará su luz, y las estrellas caerán del cielo y los poderes de los cielos serán sacudidos. (Mateo 24:29, Marcos 13: 24-25).
¿Por qué se asocian tantos aspectos negativos a la Luna Negra y pasan desapercibidos los positivos? ¿Por qué hay ciertas deidades vinculadas a ella con características tan liminares y en algunos casos, temidas por sus aspectos nefastos? Siempre tengamos en cuenta que todo tiene dos caras, por lo menos, y en cuanto a la Luna Negra aún más.
Veamos primero nuestro cuestionamiento en cuanto a los aspectos positivos y negativos: En el mito hay una gran sabiduría, cuando se dice que el retiro de la luz de la Luna del cielo nocturno provee luz al mundo subterráneo, no se nos está sugiriendo un lado negativo, por el contrario, se hace referencia a un equilibrio. El mundo subterráneo, en tanto interior de la tierra, y la tierra como Madre, es el equivalente al lugar germinal por excelencia. Es a partir de esa fase que aparecerá luego el creciente. Como si todo lo que se encuentra potencial, germinalmente en esa oscuridad, diera sus frutos con la primera luz de la Luna Creciente. Es como la semilla que se esconde en la tierra para estallar en un brote; es como los procesos internos de cada uno de nosotros cuando pensamos que estamos en una situación emocional o espiritual caótica, y nos sumimos en reflexión tratando de encontrar un camino o una solución. Y esa solución aparece luego, enriquecida por el tiempo de espera y maduración en la oscuridad y el silencio interno. La Luna Oscura es el preámbulo de la luz, es la matriz de la vida vista como tiempo que se manifestará en las fases siguientes. ¿Cuáles son los negativos? Los negativos provienen de tiempos inmemoriales y están asociados al miedo visceral que el hombre sentía por la oscuridad. Nada queda en el vacío, nada pasa desapercibido, sólo se va transformando y tomando formas que cambian conforme van pasando las edades, sumando y restando matices, aspectos.
En el fondo, es ese temor lo que luego se proyectará en las imágenes de deidades asociadas a esta fase oscura del astro. Pero ninguna de ellas comienza siendo una diosa o dios de la Luna Oscura, la mayoría han sido diosas madres, todopoderosas y omniscientes, Señoras de Tiempo y de la Eternidad. Diosas ambivalentes de la Vida y de la Muerte, de la vigilia y el sueño. Y así como la Luna en sus tres fases de luz fue asociada a distintas diosas, no se podía dejar de lado esa fase oscura simplemente porque existía, estaba presente aunque no era visible. Y nuevamente, el ser “no visible” trae consigo ese temblor interno de no saber, de no ver, de no poder predecir. El hombre necesita de cierta fijeza, y la Luna Oscura le dice que nada es permanente, lo sumerge en su propia naturaleza humana, que es transitoria y el ser humano busca aferrarse a algo visible, concreto y firme. En el fondo de nosotros mismos, sabemos que todo pasa, hemos nacido para pasar, pero no podemos diferenciar el anhelo de eternidad del alma de la necesidad de perpetuarnos en el plano biológico y material. Confundimos ambos.
¿Por qué han quedado estas deidades vinculadas a este aspecto y fueron vistas como impredecibles y temidas? Tiene que ver con los cambios culturales, con las migraciones, las invasiones, el balanceo del péndulo que se inclina por el culto polarizado, en lugar de aquél antiguo culto a una deidad que resumía todos los aspectos. Ya sea por las migraciones semíticas, por las indo-europeas, el proceso que se dio fue prácticamente el mismo. Los aspectos positivos pasaron a los dioses principales que estos pueblos traían y los menos positivos quedaron en poder de las deidades autóctonas, mayormente diosas. Son muchos los ejemplos: Morrígan en Irlanda era una diosa madre trivalente que reunía todos los aspectos, Hécate en Grecia también fue una diosa madre. Luego se fueron separando los aspectos, y esas facetas de las mismas deidades fueron tomadas por otras diosas o por manifestaciones diversas de la misma deidad.
Si el nuevo dios toma los aspectos de luz y se aleja de la oscuridad, polarizando su naturaleza, eso responde al temor generado en los hombres que sólo quieren ver el aspecto positivo. Como si con esa actitud, la oscuridad desapareciera. Todo pasa por no darse cuenta que la luz es luz en tanto existe la oscuridad, que cuando la luz es más brillante, más sombras produce. Luces y sombras son caras de la misma moneda y por eso no puede existir una sin la otra. En el lenguaje del mito, la oscuridad es cuna de la Luz. Hemos tardado mucho en darnos cuenta de esto o en admitirlo abiertamente, y lo mismo ocurre con la vida y con la muerte. Nacemos a la muerte, porque nacemos al tiempo, pero somos espiritualmente, hijos de la eternidad y debemos aprender a trascender.
Así, esas deidades cargaron con un peso que no les correspondía, pero fueron y son parte de la psique humana, son arquetipos de nuestra psique y por lo tanto deben estar, pero deben también, ser comprendidas en su verdadera naturaleza y entender que el negro como un color espiritual tiene muchas vertientes.
El aspecto de la Sabiduría, está en relación a su vez con la muerte, pero conlleva la noción de trascender el aquí y ahora en tanto conocimiento vulgar y meramente intelectual, sensorial, para internarse en la oscuridad de lo desconocido, en el Saber Secreto y que por ser “secreto” es oscuro porque está “oculto por un velo”. El problema está en que lo desconocido es lo Otro temido para la mayoría de los seres humanos.
Recordemos que, en relación con la muerte hay una progresión que va desde la Tierra a la Luna y de ésta al Sol. La Luna constituye el primer estadio de un viaje celestial que puede, o no, continuar hasta el Sol. Esta creencia reposa en varias culturas. Quisiera dar un ejemplo tomado de la cultura de la India, se trata del camino que hace el alma del muerto y que recogen dos Upanishads, la Brihadaranyaka y la Chandogya. Se refieren al Camino de los Padres o Ancestros que culmina en la Luna y que también es llamado, el “camino del humo”. Dicen estos textos sagrados que aquellos que conquistan los mundos por medio del sacrificio, caridad y austeridad, pero que no han alcanzado el conocimiento de “la Verdad”:
Se integran al humo de la pira funeraria, del humo pasan a la noche, de la noche a la mitad del mes en que la Luna decrece, de allí pasan a los seis meses en que el Sol se dirige hacia el sur, de estos meses, pasan al mundo de los Padres, de allí pasan a la Luna. Habiendo alcanzado la Luna, ellos se transforman en alimento, y entonces los dioses se alimentan de ellos, como los sacrificadores se alimentan del Soma. Pero cuando el resultado de las buenas obras realizadas en la tierra, cesa, ellos retornan nuevamente al éter, del éter pasan al aire, de allí a la lluvia, de la lluvia a la tierra. Y cuando alcanzan la tierra, se transforman en alimento, son absorbidos por las plantas, las plantas por los animales, los animales por los hombres. Ellos son ofrecidos nuevamente en el altar del fuego, que es el hombre y de él nacen en el fuego que es la mujer. Así vuelven al mundo y comienzan el ciclo de la vida nuevamente.
Vean aquí la relación entre la Luna, el Soma, los difuntos, el humo, la noche y el ciclo de la vida que re-inicia. La Luna es vista como un bote que lleva almas. Asimismo, una creencia muy extendida es aquella que la concibe como un portal o un espejo que se abre al otro mundo, así, ella sería como una línea fronteriza entre el mundo temporal del devenir y el mundo eterno del ser, cumpliendo la función de lugar de transición entre ambos.
Paola Raffetta e-ditora |