Con el deceso de Alejandro el Grande en 323 a.C., y tras un período conflictivo de luchas por el poder, Ptolomeo se declaró rey de Egipto, adoptando el título de “Soter”. Es el comienzo de la efectivización de la dominación greco-macedónica en Egipto, en donde el nuevo Estado territorial llevó a cabo prácticas o acciones tendientes a homogeneizar étnica y culturalmente a una serie de comunidades étnicas, en un proceso gradual de elaboración de una nueva identidad mucho más abarcativa.
En determinados aspectos el Egipto en manos de la élite greco-macedonia es esencialmente diferente del Egipto de los faraones. En este sentido, el reemplazo de un gobernante indígena por un extranjero fue de una importancia crucial. Esta época supuso la subordinación de la población egipcia a los intereses de la nueva clase dominante, adoptando una política cautelosa y comprendiendo la necesidad de mantener una actitud prudente con la mayoría dominada.
El presente artículo analizará, en una primera aproximación, las estrategias elaboradas desde el Estado, tendientes a lograr la legitimación del poder de los reyes extranjeros en el territorio de Egipto y configurar una identidad étnica que incluya a todos los habitantes en suelo de Egipto.
En las últimas décadas hubo una renovación en los campos de estudios de distintas disciplinas, mediante fuentes testimoniales directas o el trabajo de campo. Uno de las temáticas más tratadas en el campo de las Ciencias Sociales ha sido el estudio de la identidad étnica, donde uno de los aspectos o dimensiones más importantes de la identidad es la coexistencia de los componentes “nosotros” y “ellos. La importancia de estos campos disciplinares radica en que sus herramientas teóricas fueron significativas para las investigaciones dedicadas a las problemáticas históricas del Cercano Oriente antiguo.
Para una mejor comprensión del tema a tratar, es necesario partir con una serie de conceptualizaciones básicas, sin dejar de obviar que la caracterización de las identidades etnolingüísticas a partir de las fuentes, testimonios de sociedades extinguidas, representa una dificultad seria. Pero bien es sabido que toda lectura de la realidad, sea ésta pasada o presente, se hace desde una posición sesgada, lo que por otra parte legitima la riqueza de la interpretación.
Subrayamos el aspecto dinámico de la formación de las identidades étnicas, pues en el proceso histórico de una sociedad o grupo étnico, “cada momento histórico aporta nuevos elementos que se integran al núcleo esencial del cuerpo de rasgos identitarios del grupo, debido a que la evolución de una sociedad se da sobre la negación de las condiciones precedentes a través de lo nuevo, pero sobre la base socio-histórica anterior”1.
No existiría identificación si no conocemos al “otro” del que nos diferenciamos. La etnicidad refiere a un tipo de identidad específica, la cual es la identidad étnica.
Barth ha realizado aportes importantes, introduciendo el concepto de “confín étnico” o “frontera étnica, que no define una sociedad o una cultura, sino el medio con el que miembros de grupos (étnicos) diferentes definen el ámbito y el alcance de sus relaciones recíprocas en situaciones de contacto2. La etnicidad es por definición relacional y situacional: la conciencia étnica nace y se mantiene viva debido al contacto e interacción con otro grupo, y los elementos culturales seleccionados para señalar los confines étnicos, dependen de las circunstancias concretas de la etnogénesis3. Desde la óptica barthiana, los confines étnicos no son fijos, sino que pueden ser manipuladas, redibujadas, borradas o consolidadas.
La identidad de un grupo es una construcción hecha con el material de las investiduras simbólico-culturales que le prestan definición y pertenencia. La subjetivación es el proceso correlativo. Por su efecto, los grupos vienen a reconocerse en su lengua, sus prácticas productivas, sus tradiciones, sus instituciones y reglas de sociedad, sus mitos, es decir, se identifican en sus universos simbólicos, en los rasgos opositivos que los distinguen. Es el autoconocimiento de las diferencias de grupo respecto a los atributos que caracterizan a los otros lo que hace de un grupo social un sujeto con identidad propia. En el contraste con el “otro”, cada grupo percibe su propia especificidad y puede por lo tanto identificarse en su cultura, en su organización social. De manera que la etnicidad es definida por su organización interna y las relaciones interétnicas.
Sintetizando, diremos que la participación en una herencia cultural, un sentido de las relaciones sociales y de los símbolos culturales, están presentes en la mayoría de las definiciones de la identidad étnica. La etnicidad incluye las costumbres, el lenguaje y los puntos de vista sociales usualmente asociados con un grupo étnico particular.
Hemos formulado los siguientes interrogantes que nos orientaron en este trabajo: ¿De qué manera la cultura y la organización social griegas interactuaron con otras sociedades? ¿Cómo abordaron los griegos las cuestiones relativas a la etnicidad en las nuevas circunstancias sociales y políticas?
Desde una perspectiva temporal, la etapa denominada “Período Helenístico” abarca aproximadamente tres siglos, comenzando en 334 a.C. con la conquista de Oriente por Alejandro Magno, y la incorporación definitiva de Egipto al dominio de Roma en 31 a.C. En cambio, su marco geográfico es particularmente extenso: el ámbito señalado por la conquista de Alejandro el Grande4.
Aquello que primero aparece es una ampliación de carácter territorial, pero también debemos señalar que esa ampliación va acompañada de un desplazamiento del centro de gravedad desde el occidente hacia el oriente5.
Este nuevo mundo de vastas dimensiones se presenta como una realidad compleja. En él convergen fuerzas de diversos signos y matices, al mismo tiempo que se suceden guerras, usurpaciones, que modifican constantemente las fronteras de los distintos estados que, además, presentan una evolución desigual.
Es importante aclarar la diferencia entre los términos “helénico” y “helenístico”. El primero tiene un sentido general, que señala todo lo referente a la antigua Grecia. En cambio el segundo tiene una connotación particular: se utiliza para definir el fenómeno de la extensión de la herencia cultural griega más allá de los límites del Egeo.
En principio los términos se aplicaron para señalar dos momentos en el desarrollo evolutivo de la lengua griega. “Helénico” para designar a la lengua clásica y “Helenístico” para hacer referencia a la koiné dialektos. A partir de los estudios de Johan Gustav Droysen6, la concepción sobre la etapa helenística cambia para designar el período de expansión de la cultura griega en el Oriente, es decir la prolongación de la Hélade fuera de su territorio.
En efecto, la expansión de los helenos que se llevó a cabo durante los primeros tiempos de la época helenística bajo el Imperio de Alejandro Magno (y continuado por sus sucesores), condujo a una gran difusión de la creatividad griega al mismo tiempo que a la concentración de la actividad cultural en las grandes ciudades, como Pérgamo y Alejandría, constituyéndose ésta última como el gran foco cultural e intelectual del mundo helénico7. De igual manera, grandes extensiones de tierras se incorporaron a las ya pobladas, producto de una gran cantidad de viajes, exploraciones e intercambios comerciales realizadas con Asia Menor, Irán, Bactria, Egipto, Arabia y la India8.
El fallecimiento de Alejandro dejó al Imperio el problema de la continuidad del poder. Tras su muerte, el Imperio no fue dividido simplemente: los diferentes generales recibieron diferentes áreas para administrar, con Pérdicas como encargado del conjunto. La obra de adaptar la estructura administrativa aqueménida fue continuada sin una fisión greco-persa. Se nombraron sátrapas, un regente y un virrey de Macedonia. Pérdicas fue nombrado quiliarca de todo el reino y era, en teoría, superior a los demás generales9. Los desacuerdos sobre la asignación de las satrapías y los poderes del regente pronto desencadenaron un conflicto abierto. La falta de un sucesor se tradujo en el desmembramiento del Imperio tras largas luchas entre los generales, los Diádocos (“sucesores”). La inmensidad de los territorios, la diversidad, la presencia de generales con ambiciones personales, hacían inevitable un enfrentamiento. La situación descrita trajo como consecuencia la redistribución de los territorios del Imperio.
Catorce años después de la muerte del gran conquistador, el panorama era el siguiente: Antígono poseía todo el Asia occidental desde el Eufrates, al este, hasta las fronteras de Egipto al sur. Al oeste, Casandro era dueño de Macedonia y controlaba Grecia central. A Lisímaco le correspondía la Tracia y las costas del Helesponto. Al sur, además de Egipto, Ptolomeo dominaba Chipre. Y finalmente, al este, Seleuco controlaba todo el país que va del Eufrates al Indo.
Entre los años 306-305, cada uno de los Diádocos va incorporando el título de rey: Seleuco, luego Antígono, Ptolomeo, Casandro y Lisímaco. Pero este hecho no significó de ninguna manera el cese de las luchas que prosiguieron por el lapso de más de veinte años.
Los descendientes de los Diádocos, los Epígonos, con ambiciones más limitadas, lograron una estabilización relativa y el panorama político sería el siguiente: Asia para Antíoco I, hijo de Seleuco, Grecia y Macedonia para Antígono Gonatas y Egipto para Ptolomeo II10.
Ptolomeo, hijo de Lago, había recibido la satrapía de Egipto tras el reparto del Imperio, y tomó el título de rey en el año 305 a.C., proclamando su soberanía sobre Egipto.
Durante el siglo III a.C., con la conducción de Ptolomeo II Filadelfo y Ptolomeo III Evergetes, herederos de Ptolomeo I Soter (Salvador), hijo de Lago11, Alejandría surge como la primera ciudad del mundo mediterráneo12, y el reino Lágida, el primero de los reinos helenísticos. Para esto, convergieron diversos factores, tales como la situación geográfica privilegiada, perfección en la organización y administración del reino y un incremento cada vez mayor de su riqueza. “La política de los Ptolomeos no estaba dictada por consideraciones estrictamente económicas. El dominio del Egeo lo consideraban fundamental de su existencia política, de su fuerza e independencia. Con las rutas comerciales egeas y sirias en su órbita, los Ptolomeos tendrían amplios recursos en hombres y dinero y una libertad de movimiento y acción que les daba lo que buscaban. La hegemonía comercial no era para ellos un objeto en sí, sino el medio de conseguir una aspiración política”.13
En efecto, la política exterior ha llevado a los Lágidas a fuertes gastos, que es preciso compensar por medio de rentas muy importantes en beneficio del poder. La dirección estricta de la economía, la vigilancia de las exportaciones, y el desarrollo del monopolio real, han brindado soluciones. El trigo es almacenado en los graneros en Alejandría. El rey dispone así de productos para exportar hacia el norte, a cambio de materias primas fundamentales. Dispone también de medios para recompensar a la enorme población multiétnica de Alejandría (griegos, egipcios, judíos, y otros extranjeros) con repartos periódicos de trigo, en particular, en los momentos de escasez. El crecimiento de la producción de mercancías exportables ha conducido a una proliferación sistemática de tierras nuevas, pagadas al tesoro real. Es de destacar que el poder de la clase dominante, adherida a la civilización griega, es indiferente a la suerte del campesinado egipcio. No desempeña ya (al menos en sus comienzos) el rol faraónico de coordinador de la producción, sino el de depredador de los productos de los que su tesoro tiene necesidad14.
En el territorio egipcio, los Ptolomeos, por más de medio siglo, son reyes foráneos, dueños por conquista. Si bien Menfis, en el Delta, es la capital oficial, nunca residieron en ella. Sus objetivos consistieron en hacer de Alejandría el centro económico y político del mundo helenístico15. Es la residencia real, presentando en sus comienzos aspectos influidos profundamente por las tradiciones egipcias. El abanico social es extraordinariamente amplio en esta gran ciudad16. Están el rey y su corte, los altos funcionarios y el ejército. Hay también eruditos, sabios y hombres de letras, hombres ricos de negocios, modestos tenderos, artesanos, marinos y esclavos. Los egipcios constituyen el elemento principal de la población de Alejandría. Hay entre ellos agricultores, artesanos, pequeños comerciantes, pastores, marinos, etc.
Abordaremos la cuestión de los mecanismos identitarios elaborados por la minoría gobernante griega frente a una mayoría autóctona dominada.
La sociedad del Egipto helenístico era sumamente compleja, a diferencia de las poleis griegas y estados orientales anteriores a la conquista de Alejandro, pues a las ya tradicionales diferencias de status social y económico, se agregaron las de tipo étnico, que creaban una estructura social entremezclada.
La clase gobernante comprendía que era primordial elaborar estrategias que acortaran o eliminaran la brecha existente entre la propia imagen que el poder difundía de sí mismo y el grado de adhesión que recibía del resto de la sociedad multiétnica. Para ello se recurrió a la propaganda (entendida como “mensaje”) difundida directamente del Estado, a través de los mensajes oficiales ya sea de forma escrita o visual17. También a través de las actividades públicas, de carácter religioso, que reforzaban la ideología estatal destinada a captar la adhesión de la mayoría (tal el caso de la gran procesión realizada por Ptolomeo II en Alejandría, en 271/270, que combinaba elementos griegos y egipcios)18
Es interesante la difusión de la ideología del Estado en forma visual, pues presentaba un solo formato al estar dirigido al sector mayoritario de la sociedad. De esta manera, los Ptolomeos se representaron al estilo tradicional de los faraones y establecieron vínculos con el clero egipcio, que representaba en buena medida el sentir colectivo de la población autóctona. También fomentaron la construcción de grandes templos en donde aparecían ellos mismos al estilo tradicional de los faraones o reyes-dioses, sin influencia del arte griego, tales los casos del templo dedicado al dios halcón Horus, en Edfu, y el templo de Denderah, sede del culto a la diosa Hathor. Los rituales patrocinados por estos reyes eran celebrados al estilo egipcio19, que constituían “espacios culturales que a la vez que recrean la ideología, configuran la identidad”20. Debemos destacar que el fenómeno del culto al soberano representó una remodelación de los significados religiosos existentes para expresar y formular las relaciones entre la sociedad egipcia y el Estado Ptolemaico. Está ejemplificado en la divinización de Ptolomeo I Soter, tras su muerte, que fue proclamada por su sucesor Ptolomeo II Filadelfo. También en la asociación de éste con su hermana Arsínoe al culto de Alejandro como “dioses hermanos”. Fue la primera vez que un monarca vivo era hecho dios. El culto real de los Ptolomeos, tal como era practicado y está documentado en los templos egipcios autóctonos, se desarrolló con cierta autonomía, adaptando la práctica faraónca anterior a las nuevas exigencias.21 Esta iniciativa fue claramente una elemento poderoso que debía ser aprovechada al máximo.
Por otra parte, el control territorial se legitimaba en una construcción discursiva que a su vez era socialmente aceptada. La realidad territorial y su representación imaginaria constituyeron condiciones a la vez que simbolizaciones de la nueva organización política.
La política de los Lágidas con respecto a la religión, la cultura y el arte tradicionales no implicaba necesariamente concesiones determinadas con respecto a las demandas de la sociedad autóctona. En este sentido, el gobierno ptolemaico mostró una cierta dualidad: por un lado, la política y la administración del territorio egipcio fueron netamente griegas y, por otra parte, se mantuvo la identidad de la sociedad egipcia. Los nuevos gobernantes se esforzaron por mostrarse transigentes, por integrarse; en realidad, esta política interna era fundamental con el objetivo de legitimar el poder. Las acciones administrativas fueron griegas, como se deduce de la política estatal que pretendía el control de todos los recursos del suelo egipcio, mediante la inserción de estructuras propias de la élite gobernante.
Sin embargo, debemos mencionar que la naturaleza del Estado Lágida era mixta, dado que utilizaba un doble lenguaje o discurso, según la característica étnica del sector social. La minoría griega, que residía en Alejandría, recibía una imagen del rey típicamente helénico, sin ningún rasgo de elementos tradicionales egipcios22. Es decir, los Ptolomeos se presentaban a la minoría dominante como un basileus y nunca como un rey-dios.
Los nuevos gobernantes griegos, a la muerte de Alejandro el Grande, se preocuparon por legitimar su poder en Egipto, elaborando estrategias identitarias a través de las relaciones interétnicas. De ahí que los Ptolomeos se esforzasen por presentarse como "salvadores", tal como lo indica la titulatura real, como los nuevos protectores de la milenaria cultura egipcia, y a la vez que permitieron la pervivencia de las prácticas religiosas autóctonas, utilizaron también las estructuras que ésta había desarrollado en relación con la legitimación de la monarquía divina.
Los Ptolomeos supieron aunar las tradiciones griegas y egipcias al tiempo que desarrollaban una activa política de construcción de templos, sobre todo en el Alto Egipto, y logrando de esta manera la adhesión de la sociedad autóctona. Sin embargo, en la ciudad de Alejandría, abierta al mar Mediterráneo, se convirtió en el símbolo por excelencia del mundo helenístico, no sólo desde el punto de vista del urbanismo y la arquitectura, sino también como centro político y administrativo. Aquí las características de la política de los Lágidas fueron netamente griegas, transformando a Egipto en un Estado mixto en ardua competencia con las restantes monarquías helenísticas surgidas de la división del Imperio de Alejandro.
La elaboración de un arte monumental, un estilo iconográfico que expresa en mayor escala la figura del rey, la puesta en marcha de rituales incorporados por el Estado, son prácticas o grandes negociaciones imaginarias y simbólicas entre las reivindicaciones de legitimidad del rey y las creencias efectivas de las comunidades étnicas ahora insertas en la esfera estatal. El Estado tenía muy en claro el valor práctico de los programas iconográficos, medio eficaz para dar consistencia visual a las complejas abstracciones políticas.
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1 NAVARRETE SANCHEZ, R., “Cerámica y etnicidad. Una aproximación al estudio de las formas culturales como expresión de lo étnico”, en Boletín de Antropología Americana 22, México, 1990. La etnicidad no es un fenómeno ahistórico, y es en la dimensión de la 'larga duración' donde se formulan, mantienen y cambian las identidades colectivas (DEVALLE, S., “Concepciones de la diferencia y naturaleza de la etnicidad”, en MURPHY, S. (ed.), El otro en la historia: el extranjero. Ed. FF y LL. UBA, Buenos Aires, 1994).
2 BARTH, F., Los grupos étnicos y sus fronteras. Ed. F.C.E., México, 1976.
3 EMBERLING, G./YOFFEE, N., “Thinking about ethnicity in Mesopotamian Archaeology and History”, en NISSEN, H./KÜHNE, H., Fluchtpunkt Uruk: Archäologische Einheit aus methodischer Vielfalt, Arden Westf., Leidorf, 1999, pp. 272 y ss.
4 LOZANO VELILLA, A., El Mundo Helenístico. Ed. Síntesis, Madrid, 1992, pp. 19-20.
5 Para los griegos era positivo una empresa de conquista en las regiones orientales. “Tras el final de la guerra del Peloponeso, la polis, la forma sociopolítica donde se desarrollaba la vida griega, había entrado en crisis. La homogeneidad del cuerpo social que este marco garantizaba se iba deshaciendo en pedazos y cada vez eran más frecuentes las luchas y enfrentamientos mutuos que debilitaban todavía más las ya de por sí maltrechas economías de los estados griegos. Muchas voces se alzaban en contra del viejo sistema y clamaban a favor de nuevas alternativas que suministraran una forma de estabilidad política y social más duradera” (GUZMAN GUERRA, A./GOMEZ ESPELOSIN, F.J., Alejandro Magno. De la historia al mito. Ed. Alianza, Madrid, 1997, p. 138.)
6 DROYSEN, J.G., Alejandro Magno. Ed. F.C.E., México, 1946, p. 9. Es un término sujeto a discusiones. Los investigadores no aceptan la idea de que los pueblos del Cercano Oriente antiguo adoptaron de manera unánime la lengua y las costumbres griegas. Optan por trazar un cuadro heterogéneo de coexistencia, interacción y a veces de enfrentamientos entre los griegos recién llegados y las poblaciones nativas, en un contexto social dinámico antes que estático. Pese a las discusiones que genera dicho término, mantiene su validez como un indicador cronológico. (SHIPLEY, G., El mundo griego después de Alejandro. Ed. Crítica, Barcelona, 2001, pp. 27-28).
7 MARTINO, A., “Naturaleza y cultura en Diodoro Siculo”. VI Jornadas Interescuelas/Departamentos de Historia. Universidad Nacional de La Pampa, Facultad de Ciencias Humanas. Santa Rosa, La Pampa, 1997.
8 Los factores que motivaron estas exploraciones fueron la curiosidad científica, la búsqueda de riquezas, mercancías y nuevas regiones para el comercio, entre otros. (ROSTOVTZEFF, M. Historia Social y Económica del Mundo Helenístico. Ed. Espasa Calpe, Madrid, 1967).
9 SHIPLEY, op.cit., 2001, p. 68.
10 RAMIREZ, A., Notas acerca del Período Helenístico. Publicación Nro.5. Departamento de Historia, Facultad de Humanidades. Universidad Nacional de Mar del Plata, 1983, p. 32.
11 De ahí el nombre de “Lágida” para la dinastía.
12 Alejandría es una ciudad fundada en el 331 por Alejandro el Grande en la costa oeste del Delta, allí donde antes no existía más que una aldea indígena llamada Rhakotis. Probablemente Alejandro comprendió la oportunidad de una capital que abriera a Egipto una puerta hacia el oeste del Mediterráneo. Esta posición geográfica, no central sino de alguna manera exterior a Egipto, es resaltada en expresiones encontradas en textos latinos y griegos, papiros, inscripciones, como “Alejandría al lado de Egipto”. (HUSSON, G./VALBELLE, D., Instituciones de Egipto. Ed. Cátedra, Madrid, 1992, p. 220).
13 ROSTOVTZEFF, op.cit., t.I, p. 25, 1967.
14 PREAUX, C., El Mundo Helenístico. Ed. Labor, Barcelona, 1984, pp. 280-283.
15 Pocas ciudades fueron fundadas en Egipto bajo los Ptolomeos. Ello se debe a que el Delta era una zona urbana, pero de ciudades reales insertas al sistema de la centralización y de la economía estatal. Alejandría y Ptolemaida fueron las únicas ciudades nuevas creadas.
16 PIRENNE, J., Historia del Antiguo Egipto. Ed. Océano, Barcelona, 1982, p. 380. Actualmente Alejandría es célebre, en particular, por sus monumentos, cuya localización (en algunos casos) no es fácil. Algunas partes más importantes de la ciudad helenística están bajo el nivel del mar y otras son conocidas gracias a las actividades de la arqueología subacuática. Al sudeste de la isla de Faros, a la entrada del puerto situado al este, se levantaba el célebre Faro que era considerado como una de las siete maravillas del mundo.
17 GOMEZ ESPELOSIN, J., “¿Reyes y Dioses?. La percepción de la monarquía en el Egipto helenístico”, en Aegyptiaca Complutensia 1. Universidad de Alcalá, España, 1992, p. 133; los Ptolomeos adoptaron la función primordial del faraón que consistía en lograr la victoria sobre los enemigos de Egipto. Su rol de mediador ante los dioses, garantizando el “maat”, la aplicación de la regularidad cósmica a la vida egipcia, fue reflejado en las estatuas, paredes de los palacios y templos. Este lenguaje visual fue utilizado para expresar nuevas relaciones sociales.
18 SHIPLEY, op.cit., 2001, p. 94.
19 KEMP, B., El Antiguo Egipto. Anatomía de una civilización. Ed. Crítica, Barcelona, 1992, p. 128; HUSSON, G./VALBELLE, D., op.cit., 1992, p. 225); un ejemplo de esto constituye el famoso decreto trilingüe de Menfis que se conserva en la piedra Rosetta, que atestigua la coronación de Ptolomeo Epifanes.
20 AGUADO VAZQUEZ, J./PORTAL ARIOSA, “Ideología, identidad y cultura: tres elementos básicos en la comprensión de la reproducción cultural”, en Boletín de Antropología Americana 23, México, 1991, p. 81.
21 SHIPLEY, op.cit., 2001, p. 186.
22 Como los retratos reales fabricados en mármol y bronce para el consumo griego, y las monedas con representaciones griegas de los monarcas.
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Paola Raffetta e-ditora |