Transoxiana 12 |
El presente artículo1 plantea algunas reflexiones en torno a los agudos cambios y matices que se expresan en la cultura coreana a consecuencia a la instauración de la República de Corea (1948) y, la consiguiente consolidación del sistema capitalista. Sin duda, el cambio político de mitad del siglo XX ha dinamizado el pasaje de la sociedad tradicional a la sociedad moderna. No obstante, dicha transformación social no implicó el desvanecimiento total de los patrones que rigieron las formas de organización en la Corea tradicional.
Numerosos autores concuerdan en señalar -como antecedentes imprescindibles para explicar la transición de la tradición a la modernidad en la península coreana- los siguientes acontecimientos históricos: la instalación del Protectorado Japonés (1910); la división del país en el contexto de la guerra fría (1945), la guerra de las dos Coreas (1950/1953) y su culminación con el establecimiento de dos regímenes políticos antagónicos: al norte, la República Democrática Popular de Corea apoyada por China y la URSS; al Sur, la consolidación de la República de Corea con el apoyo financiero de los EEUU2.
Una vez instituida la arbitraria línea divisoria -que hasta nuestros días mantiene separadas a las dos Coreas- Corea del Sur inicia un proceso de industrialización y urbanización a ritmo inusitado, que genera una profunda transformación de la estructura social. La sociedad rural, agrícola y tradicional fue relegada para abrir paso a una sociedad urbana, industrial y moderna. Tanto el modelo de familia como el rol de la mujer3 constituyen escenarios privilegiados para observar la emergencia de los nuevos patrones socio-culturales; por supuesto, este fenómeno trasciende el ámbito de la vida familiar4.
La hegemonía del sistema de valores confucianos fue alcanzada durante la dinastía Choson (1392-1910). Desde entonces, la sociedad coreana adhirió al esquema de organización social basado en las cinco relaciones confucianas: soberano y súbdito, padre e hijo, esposo y esposa, hermano mayor y hermano menor, y entre amigos5; las mismas establecían estrictas jerarquías según edad, generación, género y status. “Estas cinco categorías de relaciones interpersonales forman la base de la enseñanza de los deberes y obligaciones de cada individuo hacia el grupo” (Mera, 2004:67). Así, este sistema ideológico se encargó de prescribir valores humanos y comportamientos sociales indispensables para asegurar la estabilidad y la armonía social.
El modelo de familia tradicional confuciana logró afianzarse como modelo patriarcal, patrilineal y patrilocal, reproduciendo lógicas de dominación masculina que subsumían a mujeres y jóvenes a la voluntad del patriarca. Se trató de un modo de organización familiar rígido y jerárquico de relaciones entre sus integrantes. En este contexto, la mujer desempeñaba sus funciones sirviendo al padre, a su marido y sus hijos, de acuerdo a cada momento de su vida (Domenech, 2006). De esta manera, la mujer coreana quedó circunscripta una situación de subordinación e inferioridad con respecto al hombre y a su familia política; el sentido de su vida quedaba restringido al desempeño de los quehaceres domésticos y a la crianza de los hijos. Sin embargo, en este modelo de familia tradicional confuciana pueden identificarse fisuras, una de ellas en relación al papel protagonizado por las mujeres-chamanes6.
El chamanismo -reconocido como la religión autóctona en Corea- imperó en la época de los Tres Reinos (Koguryo, fundado en el 37 aC; Paekche, en el 18 aC; y Silla, en el 37 aC) y mantuvo su vigencia durante la unificación bajo el Reino de Silla en el año 668 dC (García Daris, 2004). Con el ingreso del confucianismo (alrededor del Siglo I dC) y el budismo (en el Siglo IV dC) se produjeron cambios en la organización y en las dinámicas del ámbito religioso. A partir de este momento, los rituales autóctonos pasaron a estar casi exclusivamente a cargo de las mujeres debido a que los hombres comenzaron a sentirse atraídos por las nuevas influencias religiosas (Seligson, 2003).
Seligson (op. cit.) -quien trabaja la influencia del chamanismo en la constitución de la identidad cultural coreana- señala la situación de ambigüedad en la que se encontraba esta religión autóctona en el contexto de consolidación de la moral y el orden social confuciano.
Por un lado, las premisas y valores del neoconfucianismo condenaban y prohibían las prácticas chamánicas catalogándolas de corruptas y supersticiosas. Asimismo, las despreciaban por estar asociadas a los sectores populares y, en particular, al mundo femenino. Sin embargo, los rituales chamánicos continuaron despertando interés y convocando a las masas, independientemente de la clase social de pertenencia. En especial, para las mujeres (el 90% de los chamanes eran mujeres) encabezar estos ritos representaba una vía de escape a la opresión del sistema patriarcal. Dentro de un contexto socio-político en el que las mujeres se encontraban absolutamente limitadas en sus actividades públicas, el ejercicio de la práctica chamánica les otorgaba poder, reconocimiento social y la posibilidad de disponer de una fuente de ingreso económico.
“A partir de 1960 los cambios del sistema político tienden cada vez más hacia la democracia, en lo económico hacia una sociedad industrial y tecnológica, los del modo de vida hacia la urbanización y los culturales hacia una mayor individuación de las personas”.
Carolina Mera (2004).
Durante la década del ’60, el Estado surcoreano promovió un proceso acelerado de industrialización y urbanización que, como señalamos anteriormente, modificó radicalmente la estructura económica y la composición social del país7. Dicho proceso de modernización occidental condujo a una re-configuración del rol de los actores sociales (Park Boo Jin, 2001). Es decir, la modernización y occidentalización de la sociedad coreana dio lugar a nuevos valores, pautas de vida y principios de acción que pueden observarse en la trama de las relaciones sociales y, especialmente en la estructura familiar. Consecuentemente con su condición de garante del régimen sociopolítico, el sistema familiar coreano “debió adaptarse” a los parámetros impuestos por la modernidad. Su estructura sufrió modificaciones en sus características sustantivas (tamaño y composición familiar), en la trama de relaciones entre sus miembros (ancianos, padres e hijos) y en la asignación de roles entre los mismos. En este marco, el rol social de la mujer varió notablemente, tanto en sus funciones públicas (trabajo y educación) como privadas (maternidad y relación afectiva-matrimonial)8.
En tiempos de la modernidad, la mujer coreana comienza -progresivamente- a insertarse en las distintas esferas de la sociedad, logrando traspasar los límites que la mantenían confinada al hogar. Las esferas sociales de participación femenina mas relevantes pueden considerarse: a) el sistema educativo (dentro del mismo se evidencia un gran avance de la mujer en los diferentes niveles de enseñanza; sin embargo, prevalece la segregación de género en los niveles educativos superiores); b) el mercado laboral (es preciso tener en cuenta que la mayor proporción de mujeres logró emplearse en industrias textiles y en el sector de servicios)9; y, c) el espacio político (cabe señalar que las organizaciones que luchan por los derechos de las mujeres demandan una reforma del sistema de elección para dar lugar a una mayor representación femenina y además, proponen destinar fondos públicos para el diseño de políticas específicamente dirigidas a las mujeres). A pesar de la desigualdad de género y de las situaciones de discriminación que subsisten en cada uno de estos ámbitos, los espacios “ganados” por la mujer coreana no dejan de representar un quiebre con la tradición segregacionista imperante en la sociedad coreana de vertiente confuciana.
Indiscutiblemente, el aumento de la autonomía femenina ha impactado en las modalidades de organización de la vida privada; la independencia de la mujer se manifiesta en cambios en las funciones y roles familiares. Actualmente, las decisiones vinculadas a la economía doméstica ya no responden al dominio estrictamente masculino, sino que pasaron a ser discutidas y consensuadas en pareja. También invitan a la reflexión fenómenos sociales recientes tales como: el aumento de la tasa de divorcios, el surgimiento de las familias ensambladas y los hogares monoparentales, entre otros10.
Los avances de la mujer coreana en el ámbito público y sus repercusiones al interior de la familia son susceptibles de ser interpretados como el fruto de una trayectoria de luchas por alcanzar relaciones más igualitarias entre los sexos. No obstante, determinadas prácticas femeninas continúan reproduciendo las lógicas tradicionales arraigadas en la mentalidad coreana, con las que resulta muy dificultoso establecer una ruptura definitiva11. La perdurabilidad de ciertas prácticas tradicionales y la incorporación de la mujer a nuevos ámbitos sociales dan lugar a formas disímiles de resistencia. Así, la nueva realidad de la mujer coreana complejiza y reconfigura las características del universo femenino (Chung Byung-ho, 2001; Park Boo Jin, 2001).
Estamos en presencia de un nuevo esquema de organización familiar y de participación social de la mujer, pero aún subsiste una fuerte tradición patriarcal que reproduce patrones confucianos de división por género. De modo que, las viejas estructuras conviven con las nuevas: “el proceso de modernización importa estilos materiales de vida pero mantiene aún ciertos patrones ideológicos que rigen las relaciones sociales según las pautas de vida tradicional”
(Mera, 2004).
En este sentido, las prácticas de las mujeres-chamanes -que hemos señalado como fenómeno disruptivo dentro del esquema de organización social confuciano- pueden interpretarse como ejemplo de la perdurabilidad de las costumbres tradicionales y ancestrales del pueblo coreano12. En la sociedad coreana actual, las prácticas chamánicas conservan su vigencia. En zonas urbanas es habitual que las chamanes sean contratadas para atender problemas familiares tales como: conflictos matrimoniales, enemistades entre los integrantes de la familia, inconvenientes económicos y/o laborales, casos de enfermedad, etc. En las zonas rurales, los rituales chamánicos -a cargo de las mujeres poseídas por el poder de los dioses- trascienden los asuntos privados y se celebran para garantizar la protección y revitalización de los hogares y/o para liberar del infierno a los muertos de la familia que no descansan en paz.
Hasta el momento los rituales chamánicos han sido estudiados como reminiscencias arcaicas o bien, como mecanismos de cartársis de la subcultura femenina. Los académicos no han incursionado en el tema desde una perspectiva que conciba a la práctica chamánica como núcleo central de la vida coreana (Kendall, 1985)13. Seguramente, si logramos explorarla como práctica a través de la cuál el pueblo expresa sus múltiples vivencias y, en tanto, reconocemos en ella su fuerza simbólica, podremos explicar los motivos de su permanencia y contribuir a la interpretación de la coexistencia de elementos de la tradición y de la modernidad en la sociedad coreana actual.
Por último, el análisis del proceso de reconfiguración y resignificación del escenario familiar y del lugar del sujeto femenino dentro de la sociedad coreana constituye un aporte fundamental para profundizar la reflexión teórica acerca de la cuestión del otro14. No olvidemos que para la sociedad coreana la familia es símbolo de preservación de la identidad15 siendo la mujer la encargada de transmitir -de generación en generación- los valores y prácticas culturales. Los estudios sobre Asia orientados a las temáticas de género (familia y mujer) han sido desarrollados por reconocidos especialistas provenientes de diversas disciplinas. Sin embargo, aún permanecen inexploradas posibles interrelaciones que habiliten el diálogo entre Corea del Sur y nuestro país, desde sus experiencias históricas particulares.
Licenciada en Sociología, UBA. Diploma de Honor.
Profesora de Enseñanza Secundaria Normal y Especial en Sociología, UBA.
Doctoranda en Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires.
Becaria UBACyT-Instituto de Investigaciones Gino Germani.
Integrante del Grupo de Estudios del Este Asiático, coordinado por la Dra. Carolina Mera con sede en el Instituto de Investigaciones Gino Germani-UBA.
Área temática: Cultura y Sociedad en China y Corea (Siglo XX).
Tema de investigación: "Identidad y Mujer en China y Corea del Sur: del modelo tradicional al modelo moderno de familia (1948-1990). Representaciones y Narrativas".
Ayudante de Primera Ad-honorem en la materia: "China, Corea y Japón: una mirada histórica, política, económica y cultural del Este Asiático", Cátedra Mera. Carrera de Ciencia Política-FCS-UBA.
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