Transoxiana 4 - Julio 2002 |
Desde época arcaica, cuando todavía no se había conformado la teología egipcia y la religión consistía en una mera adoración de las fuerzas naturales, ya se reconocía en esta sociedad un orden divino establecido en el momento de creación, que se manifestaba en la naturaleza mediante la regularidad de los fenómenos, en la sociedad mediante la justicia, y en la vida del hombre a través de la verdad.
La renovación de los ciclos de la naturaleza no era automática; era el resultado de una lucha constante en que las fuerzas del orden debían derrotar a las fuerzas del mal, de la misma manera en que Horus había derrotado a Set en los tiempos mitológicos. La conservación de este equilibrio era la finalidad primordial de la religión; lo demás era secundario. El mito de la lucha de Osiris y Set era una síntesis que incluía en sí los conceptos de creación, orden político, vida y supervivencia, a la vez que éstos no eran otra cosa que representaciones de los más variados aspectos de Maat.
Originalmente Maat había sido un término concreto y geométrico que significaba rectitud y ecuanimidad, un antiguo jeroglífico que representaba probablemente lo rectilíneo del zócalo del trono real, el que a su vez era considerado una estilización de la colina primigenia. Siegfried Morenz piensa que al principio este signo representaba un trazo recto o un plano y que progresivamente esta idea se fue enriqueciendo con contenidos más complejos.
Como parte de la síntesis teológica egipcia, el concepto de Maat puede ser estudiado bajo tres distintos aspectos: a) como un símbolo, b) como una diosa personal, y c) como un principio abstracto, que es el tema que vamos a analizar en estas páginas, no siendo ninguna de estas definiciones excluyente de las otras. [Tobin, V: "Theological Principles of Egyptian Religion" pag.77]
a) En primer lugar encontramos a Maat como símbolo del orden cósmico. Este orden era una parte integral del cosmos, un aspecto inseparable e imprescindible del mismo, el que hacía posible la constante renovación de la vida divina; es por ello que sin Maat nada podría haber existido. Dado que Maat se originó al momento de creación para luego ser constantemente restaurada por el faraón, se la asociaba siempre con esa "primera vez" y al rey se lo relacionaba con el demiurgo, en su lucha contra las injusticias y el mal - llamado Isfet, oponente y enemigo de Maat - en una cotidiana repetición de la contienda primaria entre caos y cosmos.
Pero existía la convicción de que el orden volvería a restablecerse en Egipto, de que Maat siempre triunfaría a pesar de las caídas y vaivenes. Aquí advertimos una analogía con el ojo de Horus, que luego de herido y mutilado volvía siempre a recomponerse en su integridad, de la misma manera que este orden cósmico constantemente amenazado, era a su vez constantemente restaurado.
b) Otro aspecto de este concepto era su personificación en tanto diosa. Como tal, se la representaba sentada, con las rodillas dobladas como corresponde a una divinidad, y portando una gran pluma de avestruz sobre la cabeza. Estaba estrechamente asociada a la verdad y la justicia, por eso en las representaciones del juicio del Más Allá, aparece la pluma de la diosa sobre uno de los platillos de la balanza, en contrapeso con el corazón del difunto
En la Teología Heliopolitana, Maat se identificaba con Tefnut, quién formaba junto a Shu la primer pareja creada y por esta razón se encontraba sustentando el orden cósmico. Sin Maat no hubiese habido creación, porque sin orden no se hubiera salido del caos. Al respecto leemos en los Textos de los Sarcófagos [v.80] estas palabras de labios de Atum:
Tefnut es mi hija viviente;
Ella residirá con su hermano Shu.
Vida (Ankh) es su nombre;
Maat es su nombre.
Durante el Reino Medio se decía que la diosa se encontraba junto a las narices de Atum, palabras que identificaban a Maat con el aire que respiraba el dios, lo cual acentuaba la convicción de que ni siquiera el creador podría vivir sin este principio. En la Dinastía XVIII se la llamó hija de Re, y estaba asociada a la alegría y entretenimiento del dios; también era ella la que acompañaba al dios-sol en su recorrido por el inframundo.
Maat era además el alimento de dioses y hombres, quienes vivos o muertos la necesitaban para poder subsistir. De su importancia como sostén de los mismos, nos da testimonio una inscripción de la reina Hatshetsupt, en que ésta afirmaba:
"...le he hecho la ofrenda de Maat que él ama (Amón) pues sé que de ella vive. Ella es también mi pan y yo me alimento de su rocío"
[Hornung, E: "LŽEsprit du Temps des Pharaons" pag.132]
La ofrenda de Maat era uno de los ritos más importantes del culto religioso, y consistía en la presentación - por parte del rey a los dioses - de una figurilla de la diosa portando la pluma que la identificaba. Se creía que ésta había bajado a la tierra luego de la creación, abandonando los cielos para acompañar a los hombres e iluminarlos, y que durante la ejecución de estos ritos retornaba junto a los dioses celestiales, cerrando así el círculo.
c) Y por último, encontramos a Maat como principio abstracto, reuniendo en sí todos los elementos de la armonía cósmica, así como había sido establecida por el creador en un comienzo: la verdad, la justicia y la integridad moral. Al respecto conviene recordar la definición de Erik Hornung: "Maat es aquello que constituye el fundamento del equilibrio del mundo creado, la base sobre la que reposa toda vida cósmica y social". ["LŽEsprit du Temps..." pag.135]
En opinión de Jan Assmann el Reino Antiguo es la primer aparición en la historia de la humanidad de una soberanía central de dimensiones supralocales, y el concepto de Maat es la razón del logro de esta organización política; es la idea unificadora mediante la cual se pudo reunir a los habitantes del Nilo desde el Delta hasta la Primer Catarata bajo una dominación común, es la causa que da lugar a esta ideología estabilizadora.
Durante el Reino Antiguo, el concepto de Maat estaba estrechamente ligado al de la realeza gobernante: Maat era lo que el rey amaba, lo que el rey defendía, "Maat volverá a su sitio (otra vez) e Isfet será arrojado fuera" ["The Prophesis of Neferti" en The Literature of A.Egypt" ] cuyo objetivo era el mantenimiento del monarca como eje de la vida del país. Se hacía Maat porque ésta era la voluntad real, porque el rey era la institucionalización y la encarnación de la misma.
Con el desmembramiento de la monarquía, el significado y la soberanía se separan, y se plantea el dilema de la naturaleza de Maat. Si no es tan sólo la voluntad real, ¿entonces qué es? De este estado de desazón proviene toda la reflexión acerca de este orden, el que se ha reflejado en la literatura de la época.
Considerada tradicionalmente por los egiptólogos como verdad y justicia, aparece como la noción básica de la reflexión egipcia. Maat era la medida de mesura en todos los aspectos de la creación, tanto en el plano cósmico como en el social. Era una forma de pensar, un concepto de amplia acepción que englobaba nociones tan diversas como verdad, autenticidad, justicia, derecho y orden. Orden como armonía universal.
Si el hombre ansiaba la perfección, ésta significaba estar en armonía con ese orden inquebrantable, que por su virtud hacía sentir al egipcio capaz de afrontar su existencia de manera optimista y esperanzada; ésta se desenvolvía en un mundo seguro, casi perfecto, que por lo mismo no necesitaba cambiar hacia formas supuestamente superiores. Si este pensamiento moral y religioso no necesitó desarrollar conceptos escatológicos o teleológicos, fue porque no eran necesarios, ya que hubieran contradicho la perfección de Maat. En este contexto se exaltaba el valor de las autoridades; así, los modales para tratar con ellas adquirieron gran importancia y las reglas de conducta devinieron en reglas prácticas de vida. No había contraste entre el saber mundano y la ética; todo estaba impregnado de una reverencia casi religiosa. [cf.Tobin, V: "Theological..." pag.78]
El carácter de un hombre podía llevarlo por mal camino y ser su perdición. Así pues, en la Literatura Sapiencial se distingue dos tipos de personalidad: el individuo apasionado y el auto-disciplinado. El primero era locuaz, codicioso, altanero y arbitrario; el hombre silencioso en cambio era paciente, modesto, calmo, y fundamentalmente dueño de sí mismo en todas las circunstancias.
El ideal de la educación egipcia era el homo auditor, y el arte de escuchar, la gran virtud de este pueblo. [Assmann, J: "Maat" pag.44 ] Se admiraba al hombre que sabía hacerlo, al que era atento, dócil, que se inclinaba ante el sabio y aceptaba sus consejos. Toda la civilización egipcia y la vida social se basaban en esta capacidad de saber escuchar. Puede decirse que la sabiduría egipcia consistía en el silencio. Por eso el hombre de pocas palabras era eminentemente exitoso. Los altos oficiales se tildaban a sí mismos de silenciosos, pero no con espíritu de cristiana humildad, sino con sabiduría egipcia. En cambio los seres activos ponían en peligro sus éxitos, porque con la violencia de sus pasiones podían destruir la armonía del orden cósmico. El triunfador dominaba sus impulsos y sentimientos, el silencio era signo de superioridad, porque este hombre tenía el poder de dominarse a sí mismo.
Este ser prudente debía evitar en toda ocasión ser llevado por sus pasiones, y obviamente, no debía provocarlas. El sabio se alejaba de los extremos, se distanciaba del orgullo y vanidad y se refugiaba en los méritos espirituales. El orgullo descolocaba al hombre dentro de la sociedad, el orgulloso perdía el respeto de los demás, se rebajaba ante la comunidad, mientras el silencioso se engrandecía. Amenemope aconsejaba ["Instruction of Amenemope" en The Literature of Ancient Egypt]:
"No discutas con un hombre que se acalora hablando, ni le provoques con tus palabras. Toma tiempo ante el adversario, inclínate ante un agresor, duerme[(sobre un asunto] antes de hablar. Un huracán que explota como el fuego en la paja, así es el impulsivo en su hora. Retírate ante él, déjalo solo: el dios sabe cómo responderle"
Los egipcios consideraban que las sanciones por orgullo u otras faltas corrían por cuenta de los dioses, pero creían que la retribución divina no llegaba mediante una intervención directa de la divinidad, sino indirectamente, a través del mantenimiento de Maat, el orden establecido. Desde este punto de vista, el éxito de un individuo era prueba suficiente de su impecable integración a ese orden, de manera que aquel que triunfaba era porque poseía una sorprendente capacidad y disponía de una fuerza impersonal debido a su armonía con la naturaleza y con la sociedad. Por lo tanto, los menos afortunados debían tratar de mejorar su suerte asociándose a este tipo de personas. A eso se refiere Ptahhotep [Ptahhotep 7,10 en "Sabidurías..."] cuando dice,
"Si eres un hombre humilde al servicio de un rico, que toda tu conducta sea buena ante el dios. Si sabes que antaño él era pobre, no seas arrogante con él por lo que tú sabes de su pasado; respétalo incluso en virtud de su elevación, ya que la fortuna no viene sola: tal es su ley para el hombre que la desea. Si resulta sobreabundante, se respeta a su poseedor, pues el dios es el que lo ha hecho rico y lo protege hasta cuando duerme."
La experiencia profunda de la satisfacción del deber cumplido, no se encontraba en el caso egipcio relacionada con el acatamiento a ningún mandamiento divino, sino al hecho de no haber destruido la armonía cósmica de Maat. Al desafortunado se le aconsejaba aferrarse al afortunado, para así poder salir a flote de las aguas turbias, a la vez que se le advertía acerca del peligro de relacionarse con los inadaptados; en todos los textos sapienciales se informaba acerca de la influencia de las malas compañías y de la conveniencia de distanciarse de todo aquello que alterara esta armonía. Llegaban al extremo de afirmar en el mismo texto:
"Si eres un hombre rico, engendra un hijo que encuentre el favor del dios. Si es leal, sigue tu ejemplo y cuida de tus bienes convenientemente, entonces hazle todo el bien posible, pues es tu hijo, que tu ka ha engendrado para ti. No apartes de él tu corazón, pues a un vástago le gusta contradecir. Si se extravía y no sigue tus consejos, si discute todo lo que se le dice y murmura malas palabras, castígale por todas sus palabras, demuéstrale que estás descontento; es que tiene el fracaso metido en el cuerpo. Al que [los dioses] guían no puede extraviarse, pero al que ellos privan de barca no puede atravesar"
Por otro lado, se enfatizaba la obligación que tenía el hombre dichoso de ayudar a sus hermanos menos afortunados. Amenemope [Amenemope 13,5] dice:
"Si encuentras una pesada deuda [imputada] a un pobre,
Haz de ella tres partes:
Anula dos y mantén una;
Encontrarás allí un camino de vida,
Pasarás la noche en profundo sueño, y de mañana
Lo volverás a encontrar como una buena noticia."
La justicia terrena se regía por Maat. Aunque no había un código legal escrito, existía una norma implícita basada en el bien común, la que a su vez era la medida para juzgar la conducta humana; las leyes se dictaban a fin de mantener el orden cósmico y social y no en base a un compendio legalista teórico. Este era un bien básico, una regla general, "Haz Maat, habla Maat" nos dice simplemente Kagemmi.
El faraón, como hijo y heredero de los dioses, era quién dictaba las leyes, las que emanaban de él a través de decretos que emitía como único legislador y que conformaban el Derecho Público, el que se improvisaba de acuerdo a las circunstancias. Estas normas definían modelos de conducta que constituían verdaderas formulaciones del pensamiento religioso, filosófico y moral de esta civilización y cuya principal preocupación era el predominio del orden sobre el caos. También se conservaban antiguas tradiciones que eran transmitidas oralmente de generación en generación.
En opinión de John Wilson, la razón por la que en Egipto no hubo un código legal escrito hasta los períodos persa y griego, fue porque siendo el faraón la personificación de Maat, o sea la materialización de todo orden y rectitud y él mismo un dios encarnado, era absolutamente innecesaria una legislación escrita. Por el contrario, tal cosa hubiera sido una especie de blasfemia para el rey-dios, hubiera sido pretender reemplazar a un ser vivo y activo por un inerte conjunto de reglamentos.
Maat también velaba por los desprotegidos y trataba de lograr el ansiado equilibrio entre pobreza y riqueza, mientras que el faraón era el responsable ante la comunidad de cumplir con estos deberes, o al menos de intentarlo. La necesidad de cuidar que primara la rectitud en los asuntos humanos, era lo que tornaba tan importante el rol del faraón, cuya misión principal era hacer que se conservara el orden cósmico, motivo por el que se lo llamaba ntr nfr o buen dios. Lo que lo tornaba bueno, era el ser el instrumento a través del cual se implementaba en el mundo la eterna bondad y belleza de Maat, y la bondad del rey no era otra que la bondad y el poder del dios creador. De sus deseos de cumplir con estas buenas intenciones dejaron pruebas en sus tumbas:
"He provisto de pan al que tenía hambre, de agua al que tenía sed, de ropa al que estaba desnudo, de una barca al que no la poseía" o " Yo introduje Maat en este país en el que no la había" [Hornung, E:"LŽEsprit..." pag.141]
Estas afirmaciones no estaban de más, porque en realidad no todos los gobernantes observaron estas normas; hay documentos de la época ramesida que muestran hasta qué punto había llegado la corrupción administrativa y, según bien observa Hornung a continuación, "el Nuevo Imperio como anteriormente el Reino Medio, finalmente se desmoronó a causa de la insuficiencia de Maat".
Se suponía que el reinado de Maat se lograría con la participación de todos, no solamente con el cuidado de la comunidad por parte del rey, sino también con el actuar de cada individuo desde su lugar, con convencimiento de la necesidad de no alterar esta armonía. A este respecto, Ptahhotep [v.6,5] nos dice:
"Maat es una gran cosa y sus efectos permanecen;
nunca ha sido tomada en falta desde los tiempos de Osiris.
Se castiga a los que conculcan las leyes,
y es una gran transgresión incluso a los ojos de la gente rapaz.
La ruindad destruye la riqueza, y la injusticia nunca
ha llevado su empresa a buen puerto."
En este texto se ponía énfasis en la perdurabilidad de Maat desde los tiempos mitológicos en adelante, la que sobrepasaba en mucho a la vida humana; también se la definía por su opuesto, que en este caso era la codicia, y su consecuencia en medios ilícitos de acumulación de bienes, como el robo, la violencia o el engaño.
Ahora bien, ¿qué posibilidades tenían los egipcios de conocer a ciencia cierta cuál era la verdad, la justicia, la acción debida, si la palabra de Dios no les llegaba directamente, no les era revelada? ¿Cómo podían saber exactamente en qué consistía Maat?
La creencia en la realeza divina, creencia que duró hasta fines de la era faraónica, operó como sustituto de la revelación. El rey tenía como misión primordial el cuidar a Maat y restablecerla en caso que fuera desestabilizada, a la vez que siendo la encarnación de la misma, había una identidad conjugada por ambos. Los textos nos dicen que los dioses otorgaban Maat al rey para que éste la ejerciera en su gobierno, y para alegría de los corazones de sus súbditos.
La Literatura Sapiencial se basaba en la suposición de que toda virtud implicaba conocimiento, que la buena conducta podía ser enseñada, y que ésta a su vez, estaba basada en el discernimiento de los más sabios. Ya lo decía Ptahhotep [v.17,5]:
"El necio, que no quiere escuchar, no puede realizar nada. Considera el saber como la ignorancia y las cosas provechosas como las nocivas".
Y en textos posteriores el ignorante y el malvado se identificaban, ya que el primero al no conocer Maat, no la podía practicar. Este conocimiento no era exclusivo de una clase social; en "El campesino elocuente" [ en "The Literature..." ] se afirma: "ten paciencia y encontrarás la justicia", y la conducta a seguir dependía de dicho conocimiento: "Yo amaba Maat y odiaba el desorden, porque sabía que el desorden es la abominación de Dios" lo que parece llevar implícita la esperanza de obtener una retribución en el ejercicio del orden.
Aunque estas enseñanzas apelaban al criterio del individuo y estaban basadas en experiencias humanas, es probable que el antiguo egipcio pensara que la correcta aprehensión de la verdad y la justicia era un don de Dios, producto de su divina misericordia. Hay textos que nos prueban que muchos de ellos atribuían a la influencia divina, la capacidad que sentían en determinados momentos de actuar conforme a Maat o de tomar la decisión correcta. Las consideraban intervenciones extraordinarias de los dioses, las que podrían no haber ocurrido; "ellos sabían que la correcta percepción de la verdad es, en último caso, un signo de la misericordia divina." "...es un hecho totalmente fundamentado, que la percepción de Maat y la inspiración o instrucción divina van juntas" "..en su conducta los egipcios se sentían guiados, instruidos e inspirados por Dios". "Por lo tanto podemos decir que en la ética egipcia, había mucho más que la mera percepción intelectual, adquirida por la introspección y la experiencia; había también un elemento carismático, la iluminación divina" . [Morenz, S: "Egyptian Religión" pag.123]
La obra del Reino Medio ya citada llamada "El campesino elocuente", puede ser considerada, en opinión de Jan Assmann, un verdadero tratado sobre Maat. Consiste en la historia de un campesino del oasis, representante del estrato social más bajo y proveniente de las zonas más periféricas del reino, que es asaltado y despojado de sus pocas pertenencias cuando va camino a la ciudad para vender sus productos. Entonces este hombre se dirige al intendente de la zona en demanda de justicia, pero es tan maravillosa su elocuencia, que el funcionario pide autorización al Rey para dilatar el caso y así tener oportunidad de disfrutar de sus palabras.
La propuesta es aceptada por el monarca, a condición de que quede asegurada la subsistencia del demandante, y esta situación da lugar a unas apelaciones en las que el campesino hace unas profundas e interesantes reflexiones acerca del Bien y del Mal. El mayordomo juega el rol de oponente de Maat; su adversario le atribuye principios, móviles, acciones y abstenciones que representan lo contrario al comportamiento que de él se esperaría. En total son nueve las quejas de este hombre, que se resumen en los siguientes versos:
"No hay ayer para el perezoso,
ni amigo para el que es sordo a Maat,
ni día de fiesta para el codicioso".
La inercia, la insensibilidad y la avidez serían entonces las tres faltas contra Maat desde el punto de vista social, que Jan Assmann examina concienzudamente y de cuyo análisis trataremos de extractar los aspectos más importantes.
La pereza consiste en el no-hacer, es el pecado de omisión. En este caso particular, es lo más evidente, lo que salta a la vista respecto al mayordomo, lo llamativo de su personalidad. Aquí nos encontraríamos ante la teoría de la acción: todo acto está comprendido dentro de una cadena comunicacional; el robo es una violación de derechos que exige otra acción: un castigo. El que no actúa interrumpe el lazo entre acción y consecuencias, perturba el engranaje del actuar. Este engranaje necesita de la memoria, necesita que se mantenga vivo el recuerdo del ayer. El perezoso no recuerda, vive en un eterno presente y así interrumpe la cadena social. Si la memoria social se desintegra, si se olvida el ayer, el mundo se convierte en un campo de batalla en el que todos luchan contra todos. Al respecto Amenemhet aconseja a su hijo Sesostris, [en "Sabidurías del Antiguo Egipto" ]
"Mira, luchan en el campo de batalla,
porque se olvidaron del ayer.
La bondad no sirve de nada a quien no conoce
al que debería conocer "
La recta conducta supone una memoria social y un horizonte de motivaciones que no se construyen de un día para el otro, sino a través de un pasado común. La frase "no hay ayer para el perezoso" nos señala la importancia de la duración en el tiempo de la acción, como una continuidad que debe garantizar que lo que valía ayer siga siendo valioso hoy, que lo que se decía o hacía ayer, se siga haciendo y diciendo hoy, porque Maat es la razón de ser de dicha continuidad.
El segundo verso afirma "ni amigo para el que es sordo a Maat". Así como la pereza se relaciona con la acción, la sordera corresponde al escuchar, a la esfera del lenguaje. Y así como el primer verso asociaba la pereza a la dimensión temporal, el segundo liga el lenguaje con la amistad, con la dimensión social. Si el perezoso se desentendía del ayer, el sordo se desentiende de los demás, y ambos rompen los lazos de la solidaridad. El perezoso rompe el engranaje diacrónico de la acción; el segundo rompe el engranaje sincrónico de la comunicación. Estas dos categorías, la acción y la palabra, se refieren a los dos principales componentes de Maat: Justicia y Verdad. La Justicia es Maat que se hace al actuar, la Verdad es Maat que se dice al comunicar.
Si en el texto en cuestión, el pecado del mayordomo es la sordera y no la mentira, es porque el campesino no lo acusa de hacer un mal, sino de no-hacer, de omisión, o sea de la incapacidad de escuchar. Y esta incapacidad es insensibilidad, puesto que al no escuchar a los demás se excluye a sí mismo de la posibilidad de hacer algo por ellos. Nadie hace nada por él, y él a su vez no hace nada por nadie. La palabra es lo que une al hombre y a la comunidad. Pero las palabras pueden unir o desunir, construir o destruir; la palabra vivificante es Maat, que no solo es verdadera sino que construye la armonía social.
En los momentos de caos, cuando ha faltado Maat, la palabra también ha desaparecido junto con la confianza y la amistad. En el "Diálogo del cansado de la vida con su alma" [en Vidal Manzanares: "La Sabiduría ..." ] se plantea el problema de la disolución de la conversación y del acuerdo recíproco. Cuando se acaban las palabras, comienza la violencia.
¿A quién me dirigiré en el día de hoy?
Los hermanos son perversos.
Los amigos en el día de hoy no tienen amor.
¿A quién me dirigiré en el día de hoy?
Los corazones son codiciosos.
Todos roban las posesiones de su amigo.
żA quién me dirigiré hoy?
Estoy abrumado de dolor
por la falta de amigos.
En el tercer verso leemos que "no hay día de fiesta para el codicioso". Después de analizar el actuar y el hablar-escuchar como los medios de que dispone el individuo para integrarse en la sociedad, el autor examina ahora el interior del hombre, su voluntad y su mentalidad. El celebrar una fiesta alegra el corazón, pero implica gastos, y lo que es peor, gastos improductivos que son inaceptables para el avaro. Por eso la avidez se relaciona directamente con el egoísmo, con todo lo opuesto a los principios de integración social inherentes a Maat. Ptahhotep [v.19] nos dice claramente que la codicia destruye las relaciones sociales, y representa en si misma el polo opuesto al sentido social y a la solidaridad. Leamos:
Si deseas ser de comportamiento perfecto,
apártate de todo mal.
Guárdate del pecado de avaricia.
Es una enfermedad terrible y sin cura.
Para ella no hay tratamiento.
Enzarza a padres, madres y hermanos.
Separa a la esposa del marido.
Es un compuesto de todos los males.
Una combinación de todo lo odioso.
A partir de este análisis, Jan Assmann concluye en que tres son las faltas contra la Maat social: la pereza, la insensibilidad y la codicia, pero de las tres la peor sería la codicia, porque implica egoísmo. Para finalizar, trataremos de sintetizar estas conclusiones:
Frente a la pereza, Maat se define como el actuar el uno para el otro dentro de un horizonte temporal y social que constituye la razón de la confianza y del éxito.
Frente a la sordera mental o insensibilidad, Maat se define como la sensibilidad social, un mutuo escucharse en un mundo de comunicaciones mediante el lenguaje oral, del que queda excluida toda violencia.
Y frente a la codicia, Maat se define como el altruismo o la caridad que permite la formación de un yo social en el fuero interno de cada hombre.
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